Porque escribir es viento fugitivo y publicar, columna arrinconada. Blas de Otero

lunes, 14 de julio de 2008

El derecho a la pereza


Cuando uno está de vacaciones suele orientar su tiempo libre en dos direcciones: o se va de viaje a recorrer el mundo o bien se queda en casa con el objetivo de no hacer nada y tumbarse a la bartola. Yo estoy de vacaciones y me encuentro enfrascado en la segunda de las opciones. Veo pasar los días con cierta indiferencia y sin inmutarme en exceso, próximo a lo que los griegos antiguos llamaron ataraxia, condición que suma al ser humano en la serenidad y en la placidez más absolutas. Es agradable no hacer nada, ajeno a las prisas mundanas y al ajetreo cotidiano, como Dustin Hoffman en El Graduado, es decir, como un indolente Benjamín Braddock echado en su colchoneta de agua. Como Paul Lafargue, el yerno de Karl Marx, que nos legó su obra más universal, El derecho a la pereza, donde proponía la jornada laboral de 3 horas como alternativa a las crisis de sobreproducción capitalistas. 120 años después el recuerdo de Paul Lafargue dormita en el sueño profundo de la Historia y la jornada laboral se encamina hacia las 65 horas semanales.

Pedro Luna Antúnez.

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