Porque escribir es viento fugitivo y publicar, columna arrinconada. Blas de Otero

viernes, 3 de junio de 2016

¿Por qué actúan Los Chichos en el Primavera Sound?

Recuerdo el concierto de Sonic Youth en el Primavera Sound de 2003, cuando el festival aún se celebraba en el Poble Espanyol, como uno de las actuaciones musicales más excitantes e intensas que he podido ver jamás. Pocos años después el Primavera Sound dio el salto al recinto del Fòrum y actualmente se ha consolidado como uno de los mayores festivales de música indie de Europa. Y lo ha hecho porque año tras año ha logrado atraer a Barcelona a lo más granado de la escena musical independiente. Eso es algo innegable: conseguir reunir en el festival de este año a Radiohead, PJ Harvey, Sigur Rós, LCD Soundsystem y Brian Wilson está al alcance de muy pocos festivales, y en este sentido hay que admitir la primacía del Primavera Sound como uno de los referentes absolutos en cuanto a festivales de música se refiere, posiblemente con el permiso del otro gran festival de Barcelona, el formidable festival de música electrónica Sónar.

Pero más allá de los grandes nombres del indie internacional me ha llamado la atención la presencia del grupo Los Chichos en el cartel de este año. Los Chichos es un grupo que fue una referencia ineludible en la evolución de la rumba a principios de los 70, muy especialmente en la primera etapa del grupo merced a las notables composiciones del Jero, integrante del trío musical que fue conocido popularmente como El del medio de Los Chichos. Pero a Los Chichos se le suele tratar con condescendencia, cuando no con cierta chufla, en los ambientes del publico más selecto del pop-rock independiente y se acostumbra a asociarlos con el imaginario del quinqui de la década de los 80, con las películas de “Perros callejeros” y hoy en día con el cada vez más extendido estereotipo de los canis y las chonis de los barrios de la periferia. Un estereotipo que es visto con cierta simpatía en los ambientes del hipsterismo militante pero que no está exento de una profunda frivolización de una realidad social que se desconoce y que se idealiza por un afán de postureo contracultural basado en el fondo en un clasismo barnizado de un culto vacuo y puramente estético.

¿Por qué actúan Los Chichos en el Primavera Sound? ¿Se trata de un sincero homenaje a la trayectoria musical del grupo o más bien de un guiño al moderneo? Considero que lo segundo. Y creo que consiste básicamente en la idea de unos modernitos de los barrios de clase media alta echándose unas risas y sintiéndose quinquis por un día. Ni siquiera podemos pensar en un reconocimiento al grupo cuando ha sido relegado a uno de los escenarios menores del festival muy alejado de las más rutilantes actuaciones. En realidad existe una visión elitista del posmodernismo asociada a los barrios obreros que no escapa de una estigmatización de la cotidianidad de las condiciones de vida de la clase trabajadora. En esa idea preconcebida, hay una juventud con estudios superiores, cierto bagaje cultural y generalmente de familias acomodadas que favorece, de manera consciente o no, la difusión de unos clichés socioculturales ligados al origen social y de clase del extrarradio. Es decir, se promociona una imagen de determinados barrios y de quienes viven allí orientada a ridiculizar y por extensión, a denigrar a ese sector de la población. Porque, no en vano, subyace un sentimiento de superioridad intelectual hacia aquellos que se supone viven sus días pegados a la televisión viendo telebasura y escuchando reggaeton. Y por eso creo que Los Chichos actúan este año en el Primavera Sound. Para saciar el esnobismo de los modernos.

Pedro Luna Antúnez.

miércoles, 20 de abril de 2016

Concierto para Ana Belén Montes


Artículo original publicado en Realitat

Hace algunos años Silvio Rodríguez tomó un avión de Cuba a México con escala en Cancún. En un pasaje propio del realismo mágico de la literatura latinoamericana, y cuando el avión sobrevolaba Cancún entre tumbos y bajones, el cantautor cubano se dio cuenta de que en el avión sólo viajaban dos pasajeros: él y Gabriel García Márquez. Y claro, los dos se pasaron el viaje conversando sobre literatura y música. Cuenta Silvio que el autor de Cien años de soledad le explicó con una serenidad inconcebible una serie de ideas e historias que según Gabo no daban para novelas o cuentos, y que posiblemente eran canciones. Uno de los relatos contaba la historia de una novia a la que el novio la dejó plantada el día de la boda, y cómo luego la misma novia fue transportando en una carreta los regalos de boda para ir devolviéndolos casa por casa a sus familiares y amigos. Una historia triste que años después Silvio Rodríguez convirtió en una canción: San Petersburgo.

El extraordinario relato del vuelo a México con García Márquez como único compañero de viaje, fue una de las historias que Silvio Rodríguez contó en su concierto en Barcelona. Apareció en el escenario con la modestia de los grandes, suave acento cubano, barba color de plata, gorra calada y una bandera cubana cosida a la altura de su corazón. En el público, la convivencia cómplice entre política y ternura, o como dijo Ché Guevara, “el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor”, cita que podría haber sido dedicada a Silvio Rodríguez, no en vano sus canciones no sólo se limitan al manifiesto político sino que se adentran en los vastos terrenos de los del amor y los sentimientos. Es decir, Silvio nos enseñó a luchar y a amar mejor.

Silvio Rodríguez reservó sus canciones insignia para el último tramo del concierto: Quien fuera, Óleo de mujer con sombrero, Pequeña serenata diurna, Ojalá o Unicornio. Pero de especial intensidad emotiva fue la presentación e interpretación de La maza, canción dedicada a Ana Belén Montes, analista de la Agencia de Inteligencia de la Defensa de EEUU condenada en 2002 a 25 años de prisión porque como explicó Silvio Rodríguez, avisaba a los cubanos “cada vez que los norteamericanos tenían previsto hacer algo malo en Cuba”. Porque “Ana Belén no fue una espía, sino una benefactora”, como afirmó Silvio Rodríguez, a la vez que agarraba con firmeza su guitarra y afinaba su voz para cantar aquellos hondos versos: “Qué cosa fuera la maza sin cantera, si no creyera en el deseo, si no creyera en lo que creo, si no creyera en algo puro”. Y así es como Silvio Rodríguez le dedicó algo más que una canción a Ana Belén Montes. Le dedicó el concierto.

Pedro Luna Antúnez.


martes, 29 de marzo de 2016

Virginia Woolf y el despertar de un sueño




Artículo original publicado en Realitat 

A veces el curso de la vida nos lleva a tomar decisiones profundamente dolorosas, precisamente con la finalidad de no seguir infligiendo más dolor a las personas que amamos. Es ésa la determinación que llevó a Virginia Woolf a quitarse su propia vida un 28 de marzo de 1941. La historia es conocida: aquel se puso su abrigo, llenó los bolsillos de piedras y se lanzó al río Ouse, en el condado de Sussex, Inglaterra. Antes había dejado a su marido Leonard Woolf una emotiva carta en la que, por ejemplo, le decía “no puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo” despidiéndose con unas conmovedoras líneas finales: “No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que nosotros hemos sido.” Así se despedía una de las novelistas en lengua inglesa más influyentes de la primera mitad del siglo XX y alguien que fue considerada con el paso del tiempo como una de las pioneras del movimiento feminista.

Adeline Virginia Stephen había nacido 59 años antes y creció en Londres en plena época victoriana, en una sociedad dominada por la doble moral, el puritanismo religioso y un clasismo exacerbado. Era la cúspide del imperio británico y de la expansión definitiva de la industrialización. Es decir, la sociedad británica vivía entre el más extremo conservadurismo en las costumbres y el liberalismo en lo económico merced a un imperialismo saqueador de las materias primas de las colonias y que llegó a someter a una cuarta parte de la población mundial. Y en este ambiente tan asfixiante para una sensibilidad como Virginia Woolf, creció la autora de Una habitación propia. Cabe añadir que Woolf se educó en el seno de una familia de la burguesía acomodada de Londres, y que disfrutó de todos los privilegios inherentes a su clase social. No obstante, Virginia Woolf ya padeció la primera de sus depresiones a una edad tan temprana como los trece años tras la muerte de su madre, que se agudizó dos años después con la muerte de su hermana Stella. Se iba gestando, así, el espíritu solitario y melancólico de la escritora, salpicado de crisis nerviosas, depresiones y trastornos de personalidad. 

Decía William Faulkner que “el escritor tiene un sueño, y ese sueño lo angustia tanto que debe liberarse de él” y que “nada puede destruir al buen escritor, nada salvo la muerte”. Es decir, la escritura como tabla de salvación personal, como un antídoto a la desesperación y la muerte. Virginia Woolf posiblemente escribía para sobrevivir. Para aislarse de un mundo hostil y de una vida que a pesar de las comodidades en lo material, se había convertido en un suplicio en lo emocional. Así, y tras una nueva depresión con la muerte de su padre en 1905, la atormentada personalidad de Virginia Woolf ya se había sumergido en ese mar de contradicciones, penumbras y creatividad literaria que le acompañaría hasta el último de sus días. A partir nos dejaría su legado literario. Y ésa fue, sin duda, la historia más apasionante de la vida Virginia Woolf.

Virginia Woolf escribió y vivió su vida con la mayor de las pasiones. Con treinta años se casó con el también escritor Leonard Woolf, con quien iniciaría una relación sentimental basada en la confianza y el amor más sincero y completo, pero un lazo que descartaba la exclusividad y la posesión, y con esa misma libertad Woolf encontró en la escritora Vita Sackville-West el otro gran amor de su vida y a quién dedicó la obra Orlando (1928), considerada como una de las cartas de amor más larga y encantadora de la historia de la literatura.

Numerosas fueron las obras de Virginia Woolf reconocidas posteriormente por la crítica literaria: las novelas La señora Dalloway (1925), Al faro (1927) Las olas (1929) o el ensayo Una habitación propia (1929), obra ésta última sobre la posición de la mujer en la sociedad y la cultura de su tiempo, y en la que dejó a modo de sentencia que “una mujer debe tener dinero y una habitación propia si desea escribir ficción”. Pero quizás sean sus diarios personales, que empezó a escribir con treinta y dos años cuando era una desconocida a nivel literario, donde la autora volcó toda su alma y personalidad. En 1923 escribió: “Me interesaría mucho que este diario llegara a convertirse en un diario de verdad. Pero para eso haría falta que yo hablara del alma, y ¿no me prohibí hablar del alma cuando lo empecé? Lo que sucede es que, como siempre, cuando me dispongo a escribir sobre el alma la vida de interpone.”

Virginia Woolf traspasó los márgenes más academicistas de la historia literaria para convertirse en icono de la cultura popular. La famosa obra de teatro ¿Quién teme a Virginia Woolf? de Edward Albee y su posterior película hicieron que el gran público se preguntará aquello de ¿Quién teme vivir la vida sin falsas ilusiones? Pero en mi recuerdo, mencionaré una canción de The Smiths titulada Shakespeare's sister, en la que el grupo de Morrissey hacía referencia a La habitación propia, ensayo en el que Woolf afirmaba que si Shakespeare hubiera tenido una hermana con su mismo talento, como mujer no habría tenido las mismas oportunidades y reconocimientos que su hermano, y que ello le habría llevado al suicidio.

Virginia Woolf dijo que “la vida era un sueño, y el despertar era lo que nos mataba”. Aquel aciago día del 28 de marzo de 1941, Woolf decidió despertarse del sueño arrojándose al río. Pero nos queda recordar a Virginia Woolf como se merece: como una mujer que vivió con pasión de mujer la vida y que escribió una de las páginas más sobrecogedoras de la historia de la literatura.

Pedro Luna Antúnez.