Porque escribir es viento fugitivo y publicar, columna arrinconada. Blas de Otero

lunes, 23 de abril de 2012

Los comediantes



Hay una escena de “El séptimo sello” (Ingmar Bergman, 1957) que me fascina. Una compañía  de juglares realiza una función en un poblado cuando dos de ellos empiezan a interpretar una canción en la que parodian algunos de los sonidos más característicos de animales domésticos. Por ejemplo imitan el cacareo de una gallina, el relincho de un caballo y el maullido de un gato. Mientras el dúo de comediantes entretiene al público, en la parte trasera del escenario se desarrolla otra escena, en este caso de flirteo entre un vanidoso juglar y una alegre lugareña. El jolgorio y la diversión se pararán de golpe con la entrada en el pueblo de una procesión de flagelantes entonando el Dies Irae. La palidez en el rostro de los comediantes al ver la procesión anticipa una de las escenas más escalofriantes de la historia del cine. “El séptimo sello” es una de las grandes obras maestras del celuloide. Una obra absoluta en la que vemos desfilar a comediantes, penitentes, cruzados y a la misma muerte. Pero yo me quedo con los comediantes.

Este mediodía he dado un rulo por los puestos de libros del día de Sant Jordi. Barcelona era una fiesta como de costumbre y a pesar de estar el cielo algo revuelto las calles estaban repletas de lectores ansiosos por conseguir la firma de su autor de cabecera. Como ejemplo diré que bajando por paseo de Gracia a la altura de la calle Valencia me encontré con tal aglomeración de gente que apenas pude dar unos pasos. Algunos transeúntes se preguntaban el motivo por el cual era imposible avanzar. No era normal aún siendo Sant Jordi. Armado de paciencia logré hacerme un hueco y sortear los obstáculos. Al cabo de unos metros averigüé el porqué había estado detenido durante unos minutos sin poder caminar: la famosa actriz Ana Obregón estaba firmando libros en una de las paradas. En serio. Puede tratarse de una comedia pero no es ninguna broma.

En la librería de viejo de la calle Canuda me he pillado la única obra que se conserva de Lucano. Se dice que en Farsalia Lucano se burlaba del emperador Nerón y que exhibía sus ideales republicanos. De Nerón se ha escrito mucho y no muy bueno. Es el emperador comediante y ególatra. Aquel que escribía poemas infames y canturreaba arpa en mano. Es el emperador que provocó el incendio de Roma para satisfacer un capricho personal. La historia tiene sus propias comedias. Como comediantes son quienes la escriben. Porque nadie diría que años después de la muerte de Nerón, el pueblo romano seguía venerando la memoria de aquel loco emperador arrojando flores sobre su tumba.

Pedro Luna Antúnez.

domingo, 15 de abril de 2012

La fábula del elefante

La imagen del actual jefe del Estado posando en Botsuana con el dueño de una empresa de Safaris delante de un elefante hincado de rodillas con la trompa y los cuernos empotrados contra un árbol ha levantado ampollas este fin de semana en los mentideros mediáticos y políticos de nuestro singular país. Solo a los más ilusos les puede sorprender la indiferencia del Rey a la grave situación de desempleo y precariedad laboral que padecen millones de españoles hoy en día. Solo a los más incautos les puede extrañar que el Rey despilfarre dinero del erario público para irse a cazar elefantes a la sabana africana la misma semana que el gobierno había anunciado un duro ajuste de 10.000 millones de euros en servicios tan esenciales como la sanidad y la educación.

“Ha perdido la conexión con la realidad” han escrito algunos analistas de la prensa diaria sobre el asunto. ¿Pero acaso alguna vez tuvo conexión alguna con la realidad?. El Rey y la familia real están actuando como siempre lo han hecho. Es admisible que ahora sean algo más torpes que hace unos años pero ni la insensibilidad social ni el desapego hacia el sufrimiento ajeno son carencias nuevas en el comportamiento regio. Otra cosa es que algunos hayan vivido con una venda en los ojos durante décadas o que el conjunto de la población española no se haya enterado de los frecuentes desmanes reales de la misma manera que no nos habríamos enterado del reciente percance de no haberse lesionado el atolondrado cazador. Como otras tantas veces.

Todo aquel que haya leído “Tintín en el Congo”, el polémico y eurocentrista álbum publicado por Hergé en 1946, sabe que hasta un mono puede abatir de un disparo a un elefante desprotegido. Es muy fácil disparar a bocajarro contra los más débiles. Ya sea el Rey cazando elefantes en Botsuana o el gobierno recortando derechos sociales. Saben o quizás suponen que seres tan indefensos no podrán hacerles frente ni responder a los ataques. Ni los elefantes ni nosotros. Es posible que conozcan “la fábula del elefante” y pretendan aplicarla a las personas. En nuestra mano está que no lo tengan tan fácil.

La fábula dice así:

El elefante del circo estaba sujeto únicamente por una cadena que aprisionaba sus enormes patas a una pequeña estaca de madera clavada en el suelo. A pesar de la gran envergadura y fuerza del elefante, el animal se mantenía inmóvil y sin la voluntad visible de querer librarse de la cadena que le tenía prisionero. Cierto día, un hijo preguntó a su padre la razón por la cual el elefante no quería huir, a lo que el padre le respondió que el elefante estaba amaestrado. ¿Y si está amaestrado por qué lo encadenan?, volvió a preguntar el hijo. El padre respondió: el elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca muy parecida desde que era muy muy pequeño y siendo tan pequeño intentó sin éxito soltarse de la estaca empujando y haciendo fuerza.... hasta que un día el animal aceptó su derrota y se resignó a su destino.

Moraleja: el elefante había interiorizado su derrota.

Pedro Luna Antúnez.