Malditos mercaderes, parece pensar el caballero de la mano en el pecho.
Decía un buen profesor que tuve en la facultad de Historia que tras la caída del muro de Berlín y el desplome de la Unión Soviética el sistema liberal se había propuesto recuperar la pequeña porción del pastel que por temor al avance del bloque socialista repartió entre la clase trabajadora durante la posguerra. El profesor afirmaba lo siguiente: “de una palma de cinco dedos el capital cedió un dedo a los trabajadores en forma de Estado del bienestar. Ahora quiere recuperar ese dedo”. Damos fe de ello cuando el Consejo Europeo de Ministros de Empleo acaba de aprobar una directiva que legaliza la ampliación de la jornada laboral a 60 horas semanales. En el sector de la sanidad el límite podrá llegar incluso a las 65 horas y para más inri las horas de descanso de las guardias no computarán como tiempo de trabajo. Finalmente, añadir que la directiva aprobada contempla la posibilidad de que cualquier trabajador negocie personalmente con el empresario la ampliación de su jornada sin la intervención de las organizaciones sindicales.
Como bien apunta Lluís Casas, la directiva de marras representa la ruptura del pacto social. Cierto es que no nos debería pillar por sorpresa. La nueva directiva es un salto significativo en la destrucción del Estado social pero no deja de ser heredera y fruto de la directiva Bolkenstein sobre la privatización de los servicios públicos y en especial del Libro Verde de la Comisión Europea sobre la adecuación del derecho laboral a las necesidades contractuales de las multinacionales y la aplicación de la flexiseguridad, es decir, la seguridad laboral ligada a la flexibilidad y a la ampliación de la jornada de trabajo hasta límites extenuantes. Es la ruptura del pacto social y es una vuelta atrás a un pasado que nos hace retroceder no ya a la Europa previa a la Segunda Guerra Mundial sino a los albores del siglo pasado. De hecho, el límite de las 48 horas semanales de trabajo fue establecido hace 90 años por la Organización Internacional del Trabajo. Se trata, por lo tanto, de una regresión peligrosa que no puede pasar inadvertida como si nada. No seamos indiferentes a la barbarie.
Pedro Luna Antúnez.
Sin remedio
Hace 3 meses
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