Porque escribir es viento fugitivo y publicar, columna arrinconada. Blas de Otero

domingo, 22 de julio de 2012

El marasmo

Un domingo por la tarde es un buen momento para desempolvar los viejos volúmenes de nuestra biblioteca y releerlos por encima mientras saboreamos un buen café. Por ejemplo, esta tarde he vuelto a leer algunos pasajes de un ensayo que Miguel de Unamuno escribió en 1895. Su título: Sobre el marasmo actual de España. Pensaba hallar en el análisis de Unamuno de la España de finales del siglo XIX ciertas similitudes con la situación política actual. Hallé algo más que simples coincidencias cuando Unamuno se refería a la “honda crisis que atravesaba la sociedad española” y a que había “en su seno reajustes íntimos, vivaz trasiego de elementos, hervor de descomposiciones y recombinaciones, y por de fuera un desesperante marasmo”, que no conducía sin remisión al “espectáculo deprimente el del estado mental y moral de nuestra sociedad española”. Finalmente, Unamuno se refería a la prensa como una “una verdadera balsa de agua encharcada, vive de sí misma; en cada redacción se tiene presente, no el público, sino las demás redacciones; los periodistas escriben unos para otros, no conocen al público ni creen en él”. Una prensa que en definitiva adolecía de “verdaderos periodistas”.

La radiografía que Unamuno hizo de la España de 1895 no difiere demasiado de la que podríamos hacer de la España actual. La parálisis política e institucional, el adocenamiento de la prensa oficial, el caciquismo y el despotismo, la corrupción como algo inherente al propio sistema, la desfachatez de una monarquía obsoleta y parásita así como la podredumbre moral de la clase dirigente y de las élites financieras y económicas, siguen siendo moneda común hoy en día en España. Ésas son las taras de serie de un sistema, que si bien ha podido cambiar las apariencias y ser más o menos indulgente según el contexto histórico, sigue siendo el mismo que nos gobierna desde hace siglos. Con honrosos paréntesis como fue el de la Segunda República.

Nos han hecho creer que vivíamos el periodo democrático más duradero y estable de la historia de España, en un país moderno y socialmente avanzado, en una democracia parlamentaria consolidada fruto de una transición que fue modélica y el espejo para aquellos países avanzaban hacia la libertad. “La marca España triunfa en el mundo” nos decían cada vez que Induráin ganaba el tour de Francia o cuando por fin alzamos victoriosos la copa del mundo de fútbol. Decían que habíamos dejado atrás la España cabizbaja y acomplejada, la de La moral de la derrota del regeneracionista Luis Morote o aquella que Antonio Machado definió, entre otras lindezas poéticas, como país de “charanga y pandereta…devota de Frascuelo y de María, de espíritu burlón…vieja y tahúr, zaragatera y triste”. Sin embargo, esa España que poetizó Antonio Machado jamás desapareció. El fracaso del Estado moderno y de la ilustración en nuestro país o la posterior quiebra democrática y cultural de 1939, han hecho que la historia de España continúe explicándose como un eterno retorno hacia la miseria económica, el atraso cultural y la indolencia política.

Pedro Luna Antúnez.

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