Porque escribir es viento fugitivo y publicar, columna arrinconada. Blas de Otero

lunes, 12 de noviembre de 2007

El buen diplomático


Cuenta Moshe Lewin en El siglo soviético el enorme prestigio que se ganó Andrei Gromiko durante los veintiocho años que fue ministro de exteriores de la Unión Soviética, canjeándose incluso la admiración y el respeto de sus más feroces adversarios políticos. Parece ser que Andrei Gromiko era un personaje aburrido y algo gris, sobrio y sin sentido del humor, pero sumamente efectivo y hábil en las relaciones diplómaticas internacionales en unos años tan tensos y turbulentos como los de la guerra fría. Entre los diplomáticos de la época se afirmaba lo siguiente: “sólo si has sobrevivido a Gromiko después de reunirte con él durante una hora, puedes empezar a considerate un diplomático”. Una adveretencia no exenta de fascinación por la fugura del mandatario soviético. Ronald Reagan, ese mediocre actor y pésimo político que llegó a ser presidente de los EE.UU pudo comprobarlo personalmente. En uno de sus primeros contactos políticos a nivel internacional y tras una hora de reunión con el camarada Gromiko, regresó a la Casa Blanca inquieto y profundamente emocionado por la experiencia. Lo que Ronald Reagan no sabía es que el gobierno soviético había sugerido a Andrei Gromiko que por razones diplomáticas tratara bien al nuevo presidente yanqui. Andrei Gromiko que se caracterizó por ser un fiel servidor al estado soviético consiguió encandilar a una diplomacia internacional que al margen de prejuicios y trabas ideológicas supo reconocer y alabar el talento de un hombre extraordinario, alguien que comprendió que el arte de la política radica en el dialogo y como no, en la persuasión y en el poder de convencimiento.

La diplomacia actual es una comedia más bien grotesca. Hemos visto tambalearse a un achispado y beodo Yeltsin o como Berlusconi, ese mafioso distinguido y un reaccionario hasta las cachas, le pellizcaba el trasero a una azafata. Y ahora viene este Rey leguleyo y de pocas luces que es Juan Carlos I y manda callar al mismísimo presidente de Venezuela con un "¿por qué no te callas?" que pasará a la Historia de la tontuna y el absurdo. Claro que comparar a Andrei Gromiko con el Rey de España es como comparar a Mozart con "El Canto del Loco". Mandar callar a alguien para después largarse denota falta de argumentos y miedo a la verdad, y tanto Chávez como Ortega la dijeron. Como afirma Pascual Serrano en un artículo muy aconsejable de leer, por primera vez el Rey dijo algo que no le habían escrito, de manera espontánea y muy franco, lo que pasa es que se hizo un flaco favor a si mismo, mostrando sus vergüenzas y una escasa capacidad reflexiva, intelectual y diplomática. Para nuestra mayor desgracia, los españoles lo hemos de sufrir y ya son años arrastrando esta rémora. Demasiados, creo yo.

Salud y República.

Pedro Luna Antúnez.

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