Porque escribir es viento fugitivo y publicar, columna arrinconada. Blas de Otero

domingo, 5 de enero de 2014

Decadencia y caída

Edward Gibbon fue un hombre de frágil salud. Ya desde niño sufrió numerosas dolencias y sólo los cuidados de su tía Catherine lograron aliviar una infancia enfermiza y dura tras la muerte de la madre de Edward cuando éste tenía sólo diez años. De adulto padeció una inflamación crónica muy molesta y embarazosa que le provocaba grandes secreciones del fluido testicular, enfermedad que a la postre causaría su muerte en 1794. Edward Gibbon llegó a escribir en sus memorias que “sólo podía recordar catorce días verdaderamente felices en mi vida”. Únicamente cuando alzaba la pluma para escribir en la soledad de su estudio se sentía realmente animado. Seguro de sí mismo. Y vaya si lo consiguió.

Edward Gibbon escribió entre 1772 y 1787 una de las obras cumbres de la historiografía y de la literatura moderna: Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano. Quince años que dedicó a la historia del Imperio Romano, desde su cenit en el siglo II d.C hasta la caída de Constantinopla en 1453 como último vestigio del mundo romano de Oriente. Catorce siglos contemplados en algo más de 5.000 páginas de erudición y elegante prosa. Un esfuerzo titánico que nos legó una obra descomunal. La Magnum opus de aquel acomodado pero enclenque caballero inglés del siglo XVIII que se refugió en la escritura como antídoto a una vida afortunada en lo material pero desdichada en lo vital.

Estos días de descanso navideño he disfrutado del enorme placer de leer una edición abreviada de Decadencia y caída. Puedo decir que leer a Edward Gibbon no sólo ha sido un deleite. Se ha convertido en algo casi obsesivo desde esas celebres y primeras líneas: “En el siglo II de la era cristiana, el Imperio de Roma comprendía la parte más hermosa de la Tierra y la porción más civilizada de la humanidad”. Son las palabras de un gentry, de alguien que escribió la historia desde la óptica de un noble. Pero al margen de prejuicios e ideologías, ya sabemos que hay dos tipos de literaturas; la buena y la mala. Edward Gibbon, claro está, pertenece a la primera.

Pedro Luna Antúnez.

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