La noche que murió Germán Coppini brindábamos con burbujas y sonreíamos al destino. Lo hacíamos en familia, con villancicos y coplas de fondo. Como manda la tradición. Pero corren malos tiempos para la lírica. Tampoco son buenas las noches, no lo son para las 70.000 familias que fueron desahucias en 2013 o para aquellos que esa misma noche hicieron cola en comedores sociales. Y un largo etcétera. Pero nosotros brindábamos porque era lo que tocaba. Y de golpe se nos fue Germán Coppini. Fue poco después de brindar en familia cuando me enteré de que Germán nos había dejado. Eso sí que es un golpe bajo, colega. En aquel momento pensé en sus inicios. Cuando empezó en Siniestro Total y Vigo sufría un elevado desempleo a causa de la reconversión del Sector Naval. Eran años duros para la clase obrera. Como los que vivió Gran Bretaña cuando surgieron Sex Pistols y The Clash. Como el gris Manchester de Joy Division y The Smiths. Germán Coppini se ha ido en unos años iguales de duros, sin Solchagas ni Thatcherismos pero con la misma angustia y falta de horizontes. Sin futuro ni perspectivas. Acabaron los brindis en familia y bajé a la calle. No quise mirar a los ojos de la gente; dan miedo y mienten siempre. Caminé con la mirada perdida y ausente, como quien ve a un espectro. Como si me hubiese encontrado con la Santa Compaña. Ya en casa leí unas líneas sobre el último concierto de los Pistols: el día de Navidad de 1977 en Huddelsfield, norte de Inglaterra. El concierto lo hizo el grupo en apoyo a las familias de los bomberos en huelga. En solidaridad con sus hijos, quienes recibieron regalos de manos de Johnny Rotten y compañía. Volví a pensar en Germán Coppini. Escuché algunas canciones y leí las palabras de un amigo de Germán que recordaba las noches que compartieron en los bares de Vigo. Eran otros tiempos. O quizás no. Luego cogí mi mejor Whisky y me tomé una copa en memoria del gran Germán Coppini.
Pedro Luna Antúnez.
Sin remedio
Hace 3 meses