El otro día viendo el telediario de TVE 1 me enteré del bombardeo estadounidense en el sur de Afganistán del viernes pasado que costó la vida a 90 civiles, entre los cuales había 60 niños. El caso es que la noticia se dio bien avanzado el noticiario y la crónica apenas duró medio minuto, confirmándose la magnitud de la matanza y que la ONU así lo había ratificado en contraposición con la versión del gobierno de Estados Unidos que aseguraba que el bombardeo se había cobrado la vida de 30 talibanes. Nada más he sabido del tema, con excepción de algún breve apunte en la prensa escrita pero poco más, no interesa, se mata impunemente a 90 personas pero aquí nadie dice ni mu, y por si alguien se entera le engañamos y decimos que nos hemos librado de unos cuantos talibanes muy malos y fanáticos. El Tibet es lo que mola, ver a esos ciudadanos norteamericanos protestando en China durante los JJ.OO por la situación de la región y a favor de los derechos humanos tiene su miga. Eso sí lo hemos visto, que digo yo, nos hemos hartado de verlo. Hasta con anuncio de coche incluido del comprometido Richard Gere, como no.
Cuando a las 5.30 de la mañana me acomodo en el coche para ir al trabajo lo primero que hago es conectar el Radio-CD y zambullirme durante un breve instante en una música etérea y sublime, de cadencias casi volátiles, sutil y vaporosa. Es una música procedente de un mundo poblado por seres mitológicos que hablan un lenguaje inventado llamado hopelandish, una jerga de los brumosos bosques de los fiordos islandeses, un mundo ajeno a las turbulencias modernas y a las crisis cíclicas de la economía mundial. Durante unos pocos minutos gravito en la música de Sigur Rós hasta que las manecillas del reloj, como siempre tan inoportunas y caprichosas, me devuelven al mundo real y al trajín de siempre. No vaya a ser que llegue tarde al trabajo.
El proceso de privatización de Aena, la entidad pública adscrita al Ministerio de Fomento que se encarga de la gestión de los aeropuertos españoles y la participación de las comunidades autónomas en la cogestión empresarial de aquellos aeropuertos que superen los 30 millones de pasajeros anuales presupone resuelta una de las reivindicaciones históricas de los acaudalados promotores de la Casa Gran del Catalanisme y aledaños colindantes. A la sazón, y como diría Francisco de Quevedo, ni es por el huevo ni es por el fuero, es por poderoso caballero don dinero.