Artículo original publicado en Realitat
Hace algunos años Silvio Rodríguez tomó un avión de Cuba a México con escala en Cancún. En un pasaje propio del realismo mágico de la literatura latinoamericana, y cuando el avión sobrevolaba Cancún entre tumbos y bajones, el cantautor cubano se dio cuenta de que en el avión sólo viajaban dos pasajeros: él y Gabriel García Márquez. Y claro, los dos se pasaron el viaje conversando sobre literatura y música. Cuenta Silvio que el autor de
Cien años de soledad le explicó con una serenidad inconcebible una serie de ideas e historias que según Gabo no daban para novelas o cuentos, y que posiblemente eran canciones. Uno de los relatos contaba la historia de una novia a la que el novio la dejó plantada el día de la boda, y cómo luego la misma novia fue transportando en una carreta los regalos de boda para ir devolviéndolos casa por casa a sus familiares y amigos. Una historia triste que años después Silvio Rodríguez convirtió en una canción:
San Petersburgo.
El extraordinario relato del vuelo a México con García Márquez como único compañero de viaje, fue una de las historias que Silvio Rodríguez contó en su concierto en Barcelona. Apareció en el escenario con la modestia de los grandes, suave acento cubano, barba color de plata, gorra calada y una bandera cubana cosida a la altura de su corazón. En el público, la convivencia cómplice entre política y ternura, o como dijo Ché Guevara, “el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor”, cita que podría haber sido dedicada a Silvio Rodríguez, no en vano sus canciones no sólo se limitan al manifiesto político sino que se adentran en los vastos terrenos de los del amor y los sentimientos. Es decir, Silvio nos enseñó a luchar y a amar mejor.
Silvio Rodríguez reservó sus canciones insignia para el último tramo del concierto:
Quien fuera,
Óleo de mujer con sombrero,
Pequeña serenata diurna,
Ojalá o
Unicornio. Pero de especial intensidad emotiva fue la presentación e interpretación de La maza, canción dedicada a Ana Belén Montes, analista de la Agencia de Inteligencia de la Defensa de EEUU condenada en 2002 a 25 años de prisión porque como explicó Silvio Rodríguez, avisaba a los cubanos “cada vez que los norteamericanos tenían previsto hacer algo malo en Cuba”. Porque “Ana Belén no fue una espía, sino una benefactora”, como afirmó Silvio Rodríguez, a la vez que agarraba con firmeza su guitarra y afinaba su voz para cantar aquellos hondos versos: “
Qué cosa fuera la maza sin cantera, si no creyera en el deseo, si no creyera en lo que creo, si no creyera en algo puro”. Y así es como Silvio Rodríguez le dedicó algo más que una canción a Ana Belén Montes. Le dedicó el concierto.
Pedro Luna Antúnez.