Azaña vuelve al Congreso titulaba ayer el diario de Prisa. La vuelta consistía en un busto instalado en la sala de Isabel II del Congreso de diputados. Es una ironía histórica que uno de los dirigentes políticos más lúcidos y cultivados que ha tenido España, republicano para más señas, comparta sala con una de las reinas más simplonas y frívolas que ha dado la nefasta dinastía de los Borbones. Es más, el busto de Manuel Azaña se ha colocado en la sala dedicada a Isabel II frente a una descomunal escultura de aquella reina a la que Pío IX calificó como “Puttana, ma pia”.
Dice Bono que se imagina las conversaciones entre ambos y el resto de retratos de políticos que cuelgan de la excelsa sala. Porque entre otros retratos figuran el de Canovas del Castillo y el de Sagasta así como el de Alcalá Zamora y el de Adolfo Suárez. Es decir, por un lado la España del caciquismo bipartidista de la Restauración, por otro el que fuera presidente de la 2º República hasta abril de 1936 y con quien Azaña no se llevó precisamente bien y por último uno de los próceres de esa transición democrática que pudo ser y se quedó en un mero traspaso de poderes, expresión por cierto muy actual.
Pobre Don Manuel Azaña. Su legado en un busto que como metáfora de la historia asistirá impávido a la mediocridad de la clase política española y a la decadencia de un sistema cada vez más deshumanizado y postrado a los designios de los Mercados. Los mismos Mercados que
financiaron el golpe de Estado militar de julio de 1936. Los Juan March de ayer son los Emilio Botín de hoy.
Manuel Azaña nos queda en sus textos. A través de ellos llegaremos “al problema de España” que de manera tan aguda examinó el mismo Azaña. En esa biblioteca virtual de consulta que es
La Insignia hallamos algunos escritos suyos para leer y repasar una y otra vez. Los podemos encontrar en el especial
España, 1936-1939, un compendio esencial para entender uno de los periodos fundamentales de la historia de nuestro país.
Pedro Luna Antúnez.