Cuando a raíz de la caída del telón de acero el afamado politólogo neoconservador
Francis Fukuyama anunció a bombo y platillo el fin de la Historia y de las ideologías más de uno se apresuró a plocamar la victoria eterna del liberalismo frente al marxismo y la infalibilidad de la economía de mercado. Tales apologistas dieron por sentado la autosuficiencia del libre comercio, el cual se autorregula por si mismo de manera casi incognoscible e insondable sin la intervención ni la intromisión del Estado. El Estado es casi el protodiablo, algo añejo y molesto, con sus políticas sociales, su estado del bienestar, su legislación laboral y de vez en cuando, con sus gobiernos progresistas.
Pues bien, cosas veredes. El gobierno de EE.UU, defensores a ultranza de la supremacía neoliberal, ha realizado la mayor intervención estatal en economía desde la Gran Depresión de los años 30. ¿Se habrá empachado Mr. Bush de las teorías de Keynes?. Pues no lo creo, sólo trata de salvar el pellejo de los grandes capitales. Sin embargo, se han puesto de manifiesto las contradiciones del sistema financiero y económico mundial así como el doble lenguaje del ultraliberalismo más canalla y retrógrado. Aunque tal y como está el panorama parece que el
laisezz faire de cuño esclavista haya tomado un vuelo transoceánico y aposentado sus posaderas en el viejo continente.
Pedro Luna Antúnez.