Supongo yo que el homenaje a
Marcelino Camacho que se celebra hoy en Madrid será realmente bonito, algo así como el concierto de año nuevo de la filarmónica de Viena, con un público muy selecto, de boato y oropel, como no, previa invitación, muy exclusiva por supuesto, que habla el señor Cuevas. Vayan pasando los señores sindicalistas y tomen asiento, es guapo y muy pulcro el Palacio de Congresos de Madrid, el mismo escenario donde se realizó el VI Congreso de CCOO en 1996. ¿Se acuerdan?. Yo no, era muy joven pero algo me han explicado los mayores. Al cabo de unos años imagínense un homenaje de Salieri a Mozart. Pues me parece muy bien.
Pasa que Marcelino Camacho pertenece a todos los trabajadores, una obviedad que conviene recordar y que por encima de la pompa y el relumbrón prima el sindicalista y la persona. El amigo y compañero
Agustín Moreno escribe hoy en
Público un
artículo que recomiendo por dos razones: en primer lugar porque está muy bien escrito e incluso cita a Flaubert, un día hablaré de sindicalismo y literatura, y en segundo lugar porque se centra en la faceta humana de Marcelino Camacho, la del luchador obrero que jamás se doblegó, ni ante una dictadura infame y fratricida ni tampoco ante un patrón explotador y cicatero. Por ello nos satisface escribir que Marcelino Camacho no ha cambiado, que sigue viviendo en un modesto piso del barrio de Carabanchel llevando una vida sencilla y austera, que no se ha enriquecido y ni falta que le hace, y que sigue siendo fiel a sus principios y a la clase trabajadora, a los suyos. A eso yo le llamo honestidad.
Pedro Luna Antúnez.
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