Porque escribir es viento fugitivo y publicar, columna arrinconada. Blas de Otero

jueves, 23 de enero de 2020

Leer es llorar


Artículo publicado en Debate Callejero

El día de Navidad de 1836 se publicó Horas de invierno, artículo en el que Mariano José de Larra dejó escrita su celebre sentencia sobre el azaroso ejercicio literario: “Escribir en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla, como una pesadilla abrumadora y violenta. Porque no escribe uno ni siquiera para los suyos. ¿Quiénes son los suyos?¿Quién oye aquí?” Con el tiempo bien es sabido que la cita de Larra se convirtió en aquello de “Escribir en España es llorar”, quizás por esa manía de identificar a Madrid con España y viceversa, pero algo, que en cualquier caso nunca dijo ni escribió Larra. Como de costumbre, de las citas que pasaron a la historia extraemos su cuerpo y el contexto del que surgieron para quedarnos con su esqueleto, con lo efímero. ¿Pero qué quiso expresar Larra en ese arranque de dolor? Quizás su soledad, la de un escritor que sentía el vació a su alrededor, que se desgarraba ante el cainismo de las tertulias y la petulancia de la academia. Escribir es llorar cuando al otro lado no hay nadie que escuche ni lea, cuando has dejado de escribir para los tuyos porque ni siquiera reconoces quiénes son los tuyos.

Hoy esa balanza se ha invertido, hay autores a patadas y todos ellos cuentan con sus camarillas de lectores. La literatura y especialmente una parte del articulismo se han convertido en ocasiones en una suerte de exhibicionismo personal amparado en el debate de las ideas. Han aparecido diversos medios, especialmente digitales, en el entorno del periodismo de izquierdas que han trazado una percepción de hegemonización gracias a su difusión en las redes y a la presencia de sus articulistas en algunos debates televisivos. Desde una perspectiva gramsciana podríamos pensar incluso que la izquierda ha ganado terreno en la batalla cultural y que merced a la horizontalidad de internet ha llegado a un sector mayoritario de la población. Se trata de una verdad a medias o al menos repleta de matices. Siendo cierto que internet ha democratizado los debates, la cuestión no radica tanto en ser protagonistas de los mismos sino en preguntarse cuáles son los intereses que se sirven de esos mismos debates. Es decir, igual la izquierda mediática no deja de reproducir y difundir los debates que genera la derecha en la trastienda de su estrategia comunicativa. Que esos debates respondan, por ejemplo, a polémicas o propuestas calculadamente incendiarias de la derecha refuerzan la idea de que vamos a rebufo del paso y de los intereses que nos marcan.

Las redes sociales y el twitter. En los últimos años hemos asistido a la eclosión del tuitstar progresista, del muy reivindicativo y de izquierdas tuitero mediático que a veces responde a la figura de un periodista, de un representante político o simplemente de un comunicador más o menos avezado. La endogamia, la vanidad y el vivir casi en la realidad paralela que suponen los microcosmos de las redes han propiciado un empobrecimiento de la reflexión y del análisis, algo preocupante cuando además son nuestros más afamados articulistas y políticos quienes protagonizan esa bajada al mundo de los pantallazos y los zascas. Cabria preguntarse, por ello, quienes son los nuestros o si de lo contrario nos sentimos tan huérfanos como Larra a finales de 1836. Por lo que respecta a quien firma estas líneas albergo un sentimiento muy similar al del autor de los Artículos de costumbres. Eso sí, tal y como está el patio, ahora suelo asomar la cabeza para expresar que efectivamente leer es llorar.

Pedro Luna Antúnez.

martes, 8 de enero de 2019

Andalucía: mitos y realidad


La noticia saltó hace unos días: En Jaén, con un 24% de paro en la provincia, no hay temporeros suficientes para recoger la aceituna. Los mismos medios de comunicación que se hacían eco remataban sus informaciones afirmando que la situación se debía a que los jornaleros ya habían reunido las peonadas necesarias para cobrar los 426 euros del PER y que por ello se negaban a trabajar en la recogida de la aceituna. Incluso algún medio que otro iba aún más lejos al hablar de los indolentes y privilegiados jornaleros andaluces. Obviamente, la realidad no era como la pintaban los medios de comunicación. En algunos casos por desconocimiento y en otros casos por tratarse de un ejercicio periodístico de manipulación pura y descarada. Porque si hay un pueblo contra el que recaen más tópicos y mitos ese es sin duda el pueblo andaluz.

Pero vayamos por partes a modo de desmontar con datos y argumentos las informaciones de ciertos medios. En primer lugar, no es cierto que este año en Jaén haya faltado personal para la recogida de la aceituna. Sólo hay que consultar las fuentes que operan sobre el terreno. Por ejemplo, las propias organizaciones agrarias. El portavoz de la UPA de Jaén (Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos) insistió el pasado 2 de enero que no faltaba personal sino que se habían producido algunos casos puntuales que obligaban al reajuste en las cuadrillas debido al retraso de la maduración de la aceituna y por acumularse la recogida en estos días. Pero aún hay más. En eldiario.es en su edición de Andalucía el mismo día se destacaba que este año Jaén iba a recoger la segunda mayor cosecha de su historia, produciendo más aceite que Italia, Portugal y Grecia juntos. En el mismo diario el consejero de Agricultura de la Junta de Andalucía afirmaba que la producción de aceite en Jaén había aumentado de manera considerable respecto al año anterior y que ello se había traducido en un incremento de la contratación llegando a los 18,7 millones de jornales en toda Andalucía. Es decir, en sólo unos días se pasó del mito a la realidad, de hacernos creer que la recogida de la aceituna este año en Jaén se estaba perdiendo por falta de personal y porque los jornaleros preferían quedarse en casa cobrando el PER a constatar mediante datos oficiales que estábamos ante una de las mayores cosechas de aceite de la historia de Jaén.

Vamos al segundo mito, y aquí ya estamos hablando de uno de los tópicos más arraigados sobre Andalucía. Me refiero, claro está, a la cuestión del PER. En primer lugar, habría que decir, y esto seguramente sorprendería a más de uno, que el PER ya no existe, y que de hecho dejó de existir hace más de veinte años, en 1996 para ser exactos. Ese año el antiguo PER (Plan de Empleo Rural) pasó a llamarse PROFEA (Plan de Fomento del Empleo Agrario) siendo ésta su actual denominación. Pero aquí la confusión, y en algunos casos la manipulación van más allá, porque resulta que el PER antes y el PROFEA ahora no son subsidios ni pagas sino que se tratan de subvenciones a ayuntamientos de pueblos con un elevado desempleo para fomentar el empleo mediante obras públicas. Es decir, se suele confundir el extinto PER o el actual PROFEA con un subsidio agrario cuando resulta que son planes de empleo. Por lo tanto, no puede haber mayor desconocimiento que el afirmar que hay andaluces que viven de la paga del PER cuando el propio PER ni siquiera existe y cuando jamás fue una paga.
Y el tercer mito. Una vez aclarado el anterior punto pasemos a desmontar los “privilegios de los jornaleros andaluces que viven de la paga”. Decir que naturalmente existe un subsidio agrario, pero que obviamente no se llama PER y que es un derecho de los trabajadores del régimen agrario que se quedan en el paro, de igual manera que los trabajadores que estamos acogidos al régimen general de la seguridad social tenemos derecho a cobrar la prestación por desempleo en caso de despido. El subsidio agrario surgió para cubrir las necesidades materiales de los agricultores en paro durante un periodo no superior a seis meses cobrando actualmente 426 euros. Añadir, y esto es algo fundamental, que hoy en día el subsidio agrario apenas lo cobran unos 100.000 jornaleros en Andalucía y unos 20.000 en Extremadura y que según datos oficiales, se estima que sólo en Andalucía hay cerca de medio millón de jornaleros. Por lo tanto, el privilegio del que tanto se habla es de que hay 100.000 andaluces de un total de 8 millones, es decir el 1,2%, que cobran 426 euros durante seis meses. O lo que es lo mismo: los andaluces son unos privilegiados porque hay un 1,2% de la población que cobra la barbaridad de 426 euros al mes.
El caso es que los mitos y los tópicos, en este caso contra el pueblo andaluz, suelen funcionar y calan en ciertos sectores de la población. Y son los mismos medios de comunicación que han propiciado el avance de la extrema derecha en las últimas elecciones andaluces quienes llevan décadas cargando contra la clase trabajadora andaluza. El problema es que no sólo se trata de los medios de comunicación sino por extensión de determinados sectores políticos con la finalidad de caricaturizar a los pueblos y auspiciar el enfrentamiento entre las clases trabajadores. Esos mismos sectores políticos que por cierto están decidiendo actualmente el futuro de Andalucía desde un despacho de Madrid.
Pedro Luna Antúnez.

miércoles, 3 de mayo de 2017

Banderas de plástico


Es ecuatoriana y tiene 26 años. Desde hace año y medio trabaja en una conocida franquicia de cafeterías, diez horas al día y seis días a la semana, incluidos los fines de semana y festivos. Sin apenas días de descanso y sin saber lo que es un día de vacaciones tampoco cobra las horas extras y posiblemente dentro de unos meses dejará de trabajar en el establecimiento cuando ya no le prorroguen más el contrato de formación que le hicieron en su día. Aquella mañana María Elena se sentía algo abatida pensando en la incertidumbre que se cierne sobre su futuro y cómo saldría adelante sin los 900 euros que gana actualmente. De repente, una voz madura le exige un café con leche que había pedido minutos antes: Niña, date prisa. Es un día festivo y la cafetería está llena de clientes, las camareras no dan abasto y las tazas de café se acumulan en la barra. Algunos clientes apremian a María Elena y al resto de sus compañeras. Son las once y media y en breve empezará la manifestación. Es el 1 de mayo: día de la clase trabajadora.

Suena la música de Novecento de fondo y centenares de manifestantes portando banderas de plástico se agolpan en las primeras filas de la comitiva. El ambiente es festivo y hace un buen día a ratos. Muchos de los asistentes llevan el pecho repleto de pegatinas a la vez que corean lemas contra el gobierno y la reforma laboral. El ritmo es pausado y la marcha se para en ocasiones, momento que es aprovechado para realizarse las fotos de rigor. Sin embargo la manifestación no se alarga mucho más y escasamente 20 minutos después finaliza a la espera de los mítines de los dirigentes sindicales. En realidad más que una manifestación ha sido un paseo matutino por el centro de la ciudad. Tras los discursos se llenan los bares de la zona y mientras los camareros con contrato precario corren a servir las mesas, se escuchan algunas conversaciones telefónicas: Cariño, estoy de tapeo con unos compañeros del sindicato y volveré más tarde, no me esperes para comer.

El 1 de mayo se ha convertido en una festividad que aúna el imaginario clásico del movimiento obrero con una muy previsible movilización que apenas conecta con los sectores más jóvenes y precarios y casi exenta de carga reivindicativa más allá de los componentes históricos y simbólicos. Como si se tratase de cumplir un trámite del calendario. Desde las tribunas sindicales siempre se emplaza el 1 de mayo a endurecer las movilizaciones contra el gobierno y las patronales, como si esta vez definitivamente se les hubiese agotado la paciencia. Así hasta el año que viene. Quién sabe si dentro de un año se habrán multiplicado las terribles estadísticas que sitúan actualmente el paro juvenil en un 40% y la temporalidad laboral en un 90% según los contratos firmados en 2016. O quién sabe si al cabo de unos años ya todos seremos precarios.

Creo que habría que repensar el 1 de mayo. Parece paradójico pero cada vez más gente trabaja el 1 de mayo y lo hace en peores condiciones. Toda una masa de trabajadores precarios que ni siquiera pueden asistir a las manifestaciones del 1 de mayo por estar trabajando y haciendo horas extras que no cobrarán. No fui a la mani del Primero de Mayo porque tenía que trabajar escribió Isaac Rosa en un artículo que resume de manera muy acertada cómo la precariedad laboral ha ido extendiendo sus redes hasta abarcar la centralidad del mercado de trabajo. Frente a este contexto de pauperización de nuestras condiciones de vida no podemos seguir actuando como si aún viviéramos en la quimera del Estado del bienestar. Las organizaciones sindicales y de la izquierda política deberían de tomar el pulso a esta nueva realidad y hacer, no sólo del 1 de mayo sino de la movilización permanente, un punto de encuentro con las necesidades y reivindicaciones de la clase trabajadora más precarizada. Aprovechar el ciclo de movilizaciones para impulsar campañas de sensibilización y solidaridad hacia quienes, por ejemplo, no pueden organizarse sindicalmente, convocar huelgas o simplemente asistir a las manifestaciones del 1 de mayo.

Pedro Luna Antúnez.

viernes, 3 de marzo de 2017

Las periferias del sindicalismo

Artículo publicado en Col·lectiu Akelharre
A Sesi.
Es el 21 de diciembre de 2016 y en vísperas de las fiestas de Navidad los grandes hoteles de Barcelona empiezan a llenarse de turistas de un alto poder adquisitivo. En el hotel Hilton de la ciudad, propiedad de una multinacional hotelera con unos ingresos anuales de 7.000 millones de euros, el director hace de anfitrión en una cena navideña con sus más estrechos colaboradores. En el transcurso de la celebración se acercan unas empleadas del hotel y le entregan una postal navideña al director en la que exigen que se las trate con dignidad: son Las Kellys, un colectivo de limpiadoras que meses atrás denunciaron a la dirección del hotel por contrataciones en fraude de ley, cesión ilegal de trabajadoras y por las miserables condiciones laborales a las que están sujetas.
Desde que la última reforma laboral del PP prioriza los convenios de empresa sobre los sectoriales, no han sido pocas las empresas que han aprovechado para externalizar servicios por vía de la subcontratación para no pagar los salarios fijados en el convenio sectorial, provocando en el sector hotelero una desregulación absoluta de las relaciones laborales. El resultado es el de camareras de piso en hoteles de lujo cobrando 2´15 euros por limpiar una habitación, de manera que necesitan limpiar unas 400 habitaciones al mes para garantizarse un salario que apenas llega a los 900 euros, cuando el mínimo acordado en el convenio sectorial de Catalunya es de 1.251 euros mensuales. Teniendo en cuenta que la limpieza de una habitación oscila entre 25 y 45 minutos, y una hora si hay cambio de cliente, nos podemos imaginar las jornadas maratonianas que cada día realizan las limpiadoras para lograr un salario mínimo que por otro lado no es el que les corresponde por convenio.
Las Kellys son la punta de lanza de un nuevo sindicalismo con rostro de mujer que surge desde la precariedad laboral y desde las nuevas formas de explotación originadas tras años de reformas laborales, decretazos y recortes sociales que han supuesto una nueva vuelta de tuerca en las relaciones laborales, con un evidente componente de género en la normalización de las desigualdades salariales y de derechos hacia las mujeres. En paralelo, el proceso de fragmentación de la clase trabajadora iniciado desde hace décadas se ha acentuado en los últimos años. Hoy coexisten el trabajador clásico de origen fordista, el técnico y cualificado, y el de la administración pública, con años de antigüedad, afiliación a los sindicatos mayoritarios, con derechos y buenas condiciones laborales, frente a la trabajadora precaria, en su mayoría mujeres, jóvenes, inmigrantes, paradas estructurales, sin derechos sociales y sindicales, abocadas a un mercado de trabajo temporal y desregularizado.
Cabe decir que las organizaciones sindicales clásicas no han sabido advertir ni adaptarse al surgimiento del precariado dado que sus estructuras sindicales responden más a las necesidades de ese primer grupo de trabajadores con derechos y afiliación sindical. Eso unido a que la precariedad laboral se ha extendido especialmente entre la pequeña y mediana empresa, sin apenas presencia de unos sindicatos orientados casi en exclusividad a las grandes empresas y al sector público, ha situado a la trabajadora precaria en un contexto de desprotección social, sindical y legal. Una de las consecuencias es la coacción permanente y personal contra las trabajadoras que deciden organizarse sindicalmente o sólo por el mero hecho de secundar una huelga legalmente convocada. Sobre ellas pesa diariamente la amenaza del despido. No obstante, frente a las amenazas y la falta de derechos, ha emergido un nuevo sindicalismo desde la precariedad que ha demostrado que es posible organizarse y situar en primer plano las desigualdades que sufren millones de trabajadoras precarias.
Las transformaciones en el mundo del trabajo han fragmentado no sólo la clase trabajadora sino los mismos procesos productivos en un entramado de subcontratación, proveedoras, empresas de trabajo temporal y externalizaciones, en ocasiones en un mismo centro de trabajo, creando así desigualdades salariales y de derechos entre trabajadoras que trabajan codo con codo, lo cual ha potenciado la competitividad entre las propias trabajadoras y la individualización de las relaciones laborales. En el sector de las teleoperadoras y del Contact Center la cadena de montaje de la industria ha sido sustituida por cientos de trabajadoras en un mismo espacio físico separadas por diminutos habitáculos, sometidas a la presión constante de sus supervisores y a unas largas jornadas de trabajo sin apenas días de descanso. Las recientes movilizaciones en el sector han puesto de manifiesto la agresividad de las direcciones empresariales y su intento por atomizar a los trabajadores entre empresas multiservicios, contratos temporales y a tiempo parcial, y bajo sueldos que en algunos casos no superan los seis euros por hora. A diferencia de Las Kellys, las trabajadoras del Contact Center cuentan con comités de empresa y organizaciones sindicales en su centro de trabajo. Sin embargo, se trata de una presencia sindical aún por consolidar en un sector que responde a una nueva filosofía de organización del trabajo y empresarial, sin el menor interés por la negociación colectiva con las trabajadoras. Y ahí, la situación de las teleoperadoras sí se asemeja a la de Las Kellys, en cuanto al desdén por los derechos laborales de las empresas que las contratan.
Las periferias del trabajo
Mucho se habla y escribe sobre las periferias urbanas y los barrios de clase obrera, tan alejados en infraestructuras y niveles de renta del centro de las ciudades y de los barrios de clase media-alta. Pero muy poco se habla de las periferias del trabajo: trabajos no sólo precarizados y de subsistencia sino al margen de la legalidad y con frecuencia perseguidos y demonizados tanto a nivel policial como por las instituciones públicas. Y es en el centro de una ciudad como Barcelona donde conviven esas periferias. Esa es la paradoja de los procesos de gentrificación y elitización de las ciudades, la de los comercios ambulantes de inmigrantes sin papeles, muchos de ellos procedentes de las periferias del área metropolitana de Barcelona, en algunos casos ocultos tras las mareas de turistas y de persecución policial pero en otros casos bien visibles. Un contexto que surge de la invisibilización de la pobreza como una de las constantes en la transformación de los centros urbanos en un parque temático para turistas y visitantes. En este sentido, la creación en Barcelona del Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes, conocido como Sindicato Mantero, responde a las reivindicaciones y necesidades de un colectivo que malvive en unas calles que al mismo tiempo son su centro de trabajo.
Desde el Sindicato Mantero se ha reclamado regularizar la actividad de los vendedores y disponer de un espacio en la ciudad donde poder trabajar, sujetos a unos horarios laborales y pagando los permisos que correspondan. Es decir, se pide que se reconozca como trabajo la venta ambulante y como trabajadores a los manteros. Porque aquí radica la raíz del conflicto: la del reconocimiento de una actividad laboral, que no sólo es precaria dentro de los márgenes del mercado de trabajo sino fuera del mismo. En cambio, el empeño de las instituciones en situar la venta ambulante como problema en sí mismo y no como solución hace que nos enfrentemos a otro debate: cuáles son los trabajos socialmente aceptados y a quiénes reconocemos como trabajadores. Un debate que se escuda en la legalidad pero que muestra sus propias carencias cuando permite el fraude y un trato fiscal favorable hacia las grandes fortunas y multinacionales mientras persigue con lupa cualquier atisbo de ilegalidad de quienes trabajan para sobrevivir.
Si bien la lucha de los manteros es una lucha por la defensa de sus puestos de trabajo, es también una lucha por la dignidad de uno de los eslabones más débiles de la población y de la clase trabajadora. Podríamos decir que es el sindicalismo de los excluidos. Y es en los márgenes de la sociedad donde surgen esos nuevos conflictos sociales y de clase. En el barrio del Raval de Barcelona, a pocos metros del centro turístico de la ciudad, nos encontramos con un barrio que, por un lado, se encuentra en un proceso de gentrificación y encarecimiento de la vivienda, y por otro, es lugar de trabajo de la prostitución callejera sin derechos laborales ni de asociación. Son varios los estigmas a los que se enfrenta el ejercicio de la prostitución: estigmas morales, pero también estigmas de carácter laboral, social, y como en el caso de los manteros, de invisibilización y de no reconocimiento de una actividad que ha de recluirse bajo unas condiciones de profunda precariedad y soportando incluso agresiones verbales y físicas. No hay solo un tipo de explotación hacia las prostitutas callejeras del Raval: a la explotación laboral clásica hay que añadirles la explotación y la violencia de género, por ser mujeres inmigrantes y prostitutas.
Colectivos de defensa de los derechos de las prostitutas están emergiendo como un nuevo activismo sindical. Es el caso de la asociación Putas indignadas en el mismo corazón del Raval, quienes desde hace unos años vienen desarrollando una lucha nacida al calor del 15M y del activismo de las clases populares. Prostitutas que hablan de la necesidad de dotar de derechos y reconocimiento a su trabajo, de perseguir la trata y las mafias de la prostitución forzada, de enfrentarse al modelo de explotación neoliberal y patriarcal, de oponerse a la persecución policial hacia las prostitutas que ejercen su labor en las calles a raíz de las ordenanzas de civismo, y de empoderarse y erigirse en una nueva voz dentro del movimiento feminista. Es un activismo laboral que sin duda rompe los esquemas. Porque no se detiene en reclamar mejores condiciones de vida así como derechos sociales y laborales sino que denuncian el paternalismo de quienes hablan y debaten sobre la situación de las prostitutas sin contar con ellas y la doble moral de un sistema que por un lado persigue y criminaliza la prostitución voluntaria callejera abocándolas a la clandestinidad y por otro regulariza y beneficia a los empresarios de la industria del sexo con la apertura de nuevos locales de alterne que se nutren de la trata. Ellas y los manteros representan el despertar crítico de las periferias del trabajo frente a una cada vez menos disimulada ofensiva clasista contra las pobres y las más excluidas de la sociedad.
Aparecen nuevas luchas sindicales y sociales desde la precariedad laboral y desde un contexto de exclusión e invisibilización de los sectores más desprotegidos. La pauperización de las condiciones de vida de la población y los cambios en la estructura productiva y laboral han afectado a la estructura de la clase trabajadora y propiciado el surgimiento de unos nuevos modelos organizativos de las clases populares que se entienden en la actual coyuntura de retroceso en materia de derechos sociales y laborales. Unos fenómenos, por otra parte, poco estudiados no sólo por los teóricos del mundo del trabajo sino desde una izquierda que aún piensa en clave de un extinto Estado del bienestar, y que apenas analiza la realidad más allá de la precarización de las clases medias y de los conflictos laborales clásicos de la industria. Es por ello que lejos de ser meros observadores, no podemos sino ser solidarias con las luchas de las más precarias y excluidas. Con las luchas, en definitiva, de nuestra gente.
Pedro Luna.
Col·lectiu Akelharre.

viernes, 3 de junio de 2016

¿Por qué actúan Los Chichos en el Primavera Sound?

Recuerdo el concierto de Sonic Youth en el Primavera Sound de 2003, cuando el festival aún se celebraba en el Poble Espanyol, como uno de las actuaciones musicales más excitantes e intensas que he podido ver jamás. Pocos años después el Primavera Sound dio el salto al recinto del Fòrum y actualmente se ha consolidado como uno de los mayores festivales de música indie de Europa. Y lo ha hecho porque año tras año ha logrado atraer a Barcelona a lo más granado de la escena musical independiente. Eso es algo innegable: conseguir reunir en el festival de este año a Radiohead, PJ Harvey, Sigur Rós, LCD Soundsystem y Brian Wilson está al alcance de muy pocos festivales, y en este sentido hay que admitir la primacía del Primavera Sound como uno de los referentes absolutos en cuanto a festivales de música se refiere, posiblemente con el permiso del otro gran festival de Barcelona, el formidable festival de música electrónica Sónar.

Pero más allá de los grandes nombres del indie internacional me ha llamado la atención la presencia del grupo Los Chichos en el cartel de este año. Los Chichos es un grupo que fue una referencia ineludible en la evolución de la rumba a principios de los 70, muy especialmente en la primera etapa del grupo merced a las notables composiciones del Jero, integrante del trío musical que fue conocido popularmente como El del medio de Los Chichos. Pero a Los Chichos se le suele tratar con condescendencia, cuando no con cierta chufla, en los ambientes del publico más selecto del pop-rock independiente y se acostumbra a asociarlos con el imaginario del quinqui de la década de los 80, con las películas de “Perros callejeros” y hoy en día con el cada vez más extendido estereotipo de los canis y las chonis de los barrios de la periferia. Un estereotipo que es visto con cierta simpatía en los ambientes del hipsterismo militante pero que no está exento de una profunda frivolización de una realidad social que se desconoce y que se idealiza por un afán de postureo contracultural basado en el fondo en un clasismo barnizado de un culto vacuo y puramente estético.

¿Por qué actúan Los Chichos en el Primavera Sound? ¿Se trata de un sincero homenaje a la trayectoria musical del grupo o más bien de un guiño al moderneo? Considero que lo segundo. Y creo que consiste básicamente en la idea de unos modernitos de los barrios de clase media alta echándose unas risas y sintiéndose quinquis por un día. Ni siquiera podemos pensar en un reconocimiento al grupo cuando ha sido relegado a uno de los escenarios menores del festival muy alejado de las más rutilantes actuaciones. En realidad existe una visión elitista del posmodernismo asociada a los barrios obreros que no escapa de una estigmatización de la cotidianidad de las condiciones de vida de la clase trabajadora. En esa idea preconcebida, hay una juventud con estudios superiores, cierto bagaje cultural y generalmente de familias acomodadas que favorece, de manera consciente o no, la difusión de unos clichés socioculturales ligados al origen social y de clase del extrarradio. Es decir, se promociona una imagen de determinados barrios y de quienes viven allí orientada a ridiculizar y por extensión, a denigrar a ese sector de la población. Porque, no en vano, subyace un sentimiento de superioridad intelectual hacia aquellos que se supone viven sus días pegados a la televisión viendo telebasura y escuchando reggaeton. Y por eso creo que Los Chichos actúan este año en el Primavera Sound. Para saciar el esnobismo de los modernos.

Pedro Luna Antúnez.

miércoles, 20 de abril de 2016

Concierto para Ana Belén Montes


Artículo original publicado en Realitat

Hace algunos años Silvio Rodríguez tomó un avión de Cuba a México con escala en Cancún. En un pasaje propio del realismo mágico de la literatura latinoamericana, y cuando el avión sobrevolaba Cancún entre tumbos y bajones, el cantautor cubano se dio cuenta de que en el avión sólo viajaban dos pasajeros: él y Gabriel García Márquez. Y claro, los dos se pasaron el viaje conversando sobre literatura y música. Cuenta Silvio que el autor de Cien años de soledad le explicó con una serenidad inconcebible una serie de ideas e historias que según Gabo no daban para novelas o cuentos, y que posiblemente eran canciones. Uno de los relatos contaba la historia de una novia a la que el novio la dejó plantada el día de la boda, y cómo luego la misma novia fue transportando en una carreta los regalos de boda para ir devolviéndolos casa por casa a sus familiares y amigos. Una historia triste que años después Silvio Rodríguez convirtió en una canción: San Petersburgo.

El extraordinario relato del vuelo a México con García Márquez como único compañero de viaje, fue una de las historias que Silvio Rodríguez contó en su concierto en Barcelona. Apareció en el escenario con la modestia de los grandes, suave acento cubano, barba color de plata, gorra calada y una bandera cubana cosida a la altura de su corazón. En el público, la convivencia cómplice entre política y ternura, o como dijo Ché Guevara, “el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor”, cita que podría haber sido dedicada a Silvio Rodríguez, no en vano sus canciones no sólo se limitan al manifiesto político sino que se adentran en los vastos terrenos de los del amor y los sentimientos. Es decir, Silvio nos enseñó a luchar y a amar mejor.

Silvio Rodríguez reservó sus canciones insignia para el último tramo del concierto: Quien fuera, Óleo de mujer con sombrero, Pequeña serenata diurna, Ojalá o Unicornio. Pero de especial intensidad emotiva fue la presentación e interpretación de La maza, canción dedicada a Ana Belén Montes, analista de la Agencia de Inteligencia de la Defensa de EEUU condenada en 2002 a 25 años de prisión porque como explicó Silvio Rodríguez, avisaba a los cubanos “cada vez que los norteamericanos tenían previsto hacer algo malo en Cuba”. Porque “Ana Belén no fue una espía, sino una benefactora”, como afirmó Silvio Rodríguez, a la vez que agarraba con firmeza su guitarra y afinaba su voz para cantar aquellos hondos versos: “Qué cosa fuera la maza sin cantera, si no creyera en el deseo, si no creyera en lo que creo, si no creyera en algo puro”. Y así es como Silvio Rodríguez le dedicó algo más que una canción a Ana Belén Montes. Le dedicó el concierto.

Pedro Luna Antúnez.


martes, 29 de marzo de 2016

Virginia Woolf y el despertar de un sueño




Artículo original publicado en Realitat 

A veces el curso de la vida nos lleva a tomar decisiones profundamente dolorosas, precisamente con la finalidad de no seguir infligiendo más dolor a las personas que amamos. Es ésa la determinación que llevó a Virginia Woolf a quitarse su propia vida un 28 de marzo de 1941. La historia es conocida: aquel se puso su abrigo, llenó los bolsillos de piedras y se lanzó al río Ouse, en el condado de Sussex, Inglaterra. Antes había dejado a su marido Leonard Woolf una emotiva carta en la que, por ejemplo, le decía “no puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo” despidiéndose con unas conmovedoras líneas finales: “No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que nosotros hemos sido.” Así se despedía una de las novelistas en lengua inglesa más influyentes de la primera mitad del siglo XX y alguien que fue considerada con el paso del tiempo como una de las pioneras del movimiento feminista.

Adeline Virginia Stephen había nacido 59 años antes y creció en Londres en plena época victoriana, en una sociedad dominada por la doble moral, el puritanismo religioso y un clasismo exacerbado. Era la cúspide del imperio británico y de la expansión definitiva de la industrialización. Es decir, la sociedad británica vivía entre el más extremo conservadurismo en las costumbres y el liberalismo en lo económico merced a un imperialismo saqueador de las materias primas de las colonias y que llegó a someter a una cuarta parte de la población mundial. Y en este ambiente tan asfixiante para una sensibilidad como Virginia Woolf, creció la autora de Una habitación propia. Cabe añadir que Woolf se educó en el seno de una familia de la burguesía acomodada de Londres, y que disfrutó de todos los privilegios inherentes a su clase social. No obstante, Virginia Woolf ya padeció la primera de sus depresiones a una edad tan temprana como los trece años tras la muerte de su madre, que se agudizó dos años después con la muerte de su hermana Stella. Se iba gestando, así, el espíritu solitario y melancólico de la escritora, salpicado de crisis nerviosas, depresiones y trastornos de personalidad. 

Decía William Faulkner que “el escritor tiene un sueño, y ese sueño lo angustia tanto que debe liberarse de él” y que “nada puede destruir al buen escritor, nada salvo la muerte”. Es decir, la escritura como tabla de salvación personal, como un antídoto a la desesperación y la muerte. Virginia Woolf posiblemente escribía para sobrevivir. Para aislarse de un mundo hostil y de una vida que a pesar de las comodidades en lo material, se había convertido en un suplicio en lo emocional. Así, y tras una nueva depresión con la muerte de su padre en 1905, la atormentada personalidad de Virginia Woolf ya se había sumergido en ese mar de contradicciones, penumbras y creatividad literaria que le acompañaría hasta el último de sus días. A partir nos dejaría su legado literario. Y ésa fue, sin duda, la historia más apasionante de la vida Virginia Woolf.

Virginia Woolf escribió y vivió su vida con la mayor de las pasiones. Con treinta años se casó con el también escritor Leonard Woolf, con quien iniciaría una relación sentimental basada en la confianza y el amor más sincero y completo, pero un lazo que descartaba la exclusividad y la posesión, y con esa misma libertad Woolf encontró en la escritora Vita Sackville-West el otro gran amor de su vida y a quién dedicó la obra Orlando (1928), considerada como una de las cartas de amor más larga y encantadora de la historia de la literatura.

Numerosas fueron las obras de Virginia Woolf reconocidas posteriormente por la crítica literaria: las novelas La señora Dalloway (1925), Al faro (1927) Las olas (1929) o el ensayo Una habitación propia (1929), obra ésta última sobre la posición de la mujer en la sociedad y la cultura de su tiempo, y en la que dejó a modo de sentencia que “una mujer debe tener dinero y una habitación propia si desea escribir ficción”. Pero quizás sean sus diarios personales, que empezó a escribir con treinta y dos años cuando era una desconocida a nivel literario, donde la autora volcó toda su alma y personalidad. En 1923 escribió: “Me interesaría mucho que este diario llegara a convertirse en un diario de verdad. Pero para eso haría falta que yo hablara del alma, y ¿no me prohibí hablar del alma cuando lo empecé? Lo que sucede es que, como siempre, cuando me dispongo a escribir sobre el alma la vida de interpone.”

Virginia Woolf traspasó los márgenes más academicistas de la historia literaria para convertirse en icono de la cultura popular. La famosa obra de teatro ¿Quién teme a Virginia Woolf? de Edward Albee y su posterior película hicieron que el gran público se preguntará aquello de ¿Quién teme vivir la vida sin falsas ilusiones? Pero en mi recuerdo, mencionaré una canción de The Smiths titulada Shakespeare's sister, en la que el grupo de Morrissey hacía referencia a La habitación propia, ensayo en el que Woolf afirmaba que si Shakespeare hubiera tenido una hermana con su mismo talento, como mujer no habría tenido las mismas oportunidades y reconocimientos que su hermano, y que ello le habría llevado al suicidio.

Virginia Woolf dijo que “la vida era un sueño, y el despertar era lo que nos mataba”. Aquel aciago día del 28 de marzo de 1941, Woolf decidió despertarse del sueño arrojándose al río. Pero nos queda recordar a Virginia Woolf como se merece: como una mujer que vivió con pasión de mujer la vida y que escribió una de las páginas más sobrecogedoras de la historia de la literatura.

Pedro Luna Antúnez.

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Madrid

Suena esta canción mientras bajo por el Paseo del Prado. Es una mañana gris de domingo aunque de vez en cuando sale el sol tímida y débilmente. Ni rastro de las eternas nubes castellanas. Llego a la Cuesta de Moyano. Hojeo algunos libros, entre ellos un volumen con la poesía completa de Gabriel Celaya en una formidable edición rústica. Pero exige un bolsillo igual de formidable. En las inmediaciones del Parque del Retiro realizo la foto de rigor a la estatua dedicada a Pío Baroja. Es el día de los santos inocentes, precisamente el mismo día que nació el autor de El árbol de la ciencia. Una chica de aspecto frágil con gorro y bufanda de lana parece felicitar al viejo. Es casi mediodía y llamo a L. Suena una voz afable y radiofónica. Nos veremos más tarde. Subo por Fuencarral y pienso en la tarde del día anterior. Cuando J me preguntó por L. Al cabo de unos minutos estoy sentado en la barra de un pequeño bar de la Plaza del Dos de Mayo. De fondo, un jazz plácido y absorbente. En Luchana me tomo una caña en el bar de siempre. Llegan J y luego C. Nos vamos a comer al restaurante de siempre. Cuando pido el café recuerdo que había quedado con L en el metro de Bilbao. Mientras espero pienso en L. L se une a J y C y tras tomarnos los cafés acabamos de nuevo en el bar de Luchana. Hablamos y hablamos con alguna copa por medio. De añoranzas pasadas y sueños futuros. J recibe una llamada de A y queda con ella en Sol. C se retira vencida por un catarro y nos despedimos. Si no conocéis a C, ahí van unos poemas suyos. Siempre le digo que debería escribir más. Nos dirigimos a Sol y L me pregunta por canciones de amor. Y yo añado algunas de desamor. Llegamos a Sol y allí está A. Sorteamos riadas humanas y nos metemos en un bar cerca de la Plaza Mayor. A L le resulto gracioso y distendido. Bebemos un buen vino, o al menos a mí me lo parece. Pero es tarde y hace frío. Primero me despido de J y A. Me preguntan cuándo volveré. Pero no lo sé. Quién sabe. Luego me despido de L en Sol. Subo por la Calle del Carmen y al llegar a la Gran Vía suena esta canción.

Pedro Luna Antúnez.

miércoles, 13 de agosto de 2014

¿Es posible un Podemos sindical?

Artículo publicado en Tercera Información.

Hace unos días algunos diarios digitales anunciaron a bombo y platillo la intención de Podemos de crear un nuevo sindicato. Escarbando un poco en las fuentes pude comprobar que la noticia no acababa de ajustarse a la realidad. La propuesta ni siquiera era de Pablo Iglesias como afirmaba la prensa sino de un círculo de sindicalistas de la formación. Y no se promovía literalmente la creación de un sindicato sino la construcción de un nuevo modelo sindical. La idea, lanzada en el foro virtual de la página web de Podemos, ha suscitado algunas reacciones en el ámbito sindical y político, la mayoría de ellas centrándose únicamente en el engañoso titular de los medios y quedándose, por lo tanto, en la superficie del asunto. Tanto desde el entorno de los sindicatos mayoritarios como de los minoritarios se ha rechazado la posibilidad de la creación de un nuevo sindicato. Nada se ha dicho sobre la necesidad de construir un nuevo modelo sindical. Y si ya era de esperar la reacción desde las atalayas de CCOO y UGT, curioso ha sido el resquemor de los sindicatos minoritarios frente a la posible incursión de Podemos en el sindicalismo.

La renovación del sindicalismo es una necesidad. Y tal renovación afecta no sólo a los sindicatos mayoritarios sino también a los minoritarios. A los mayoritarios porque sufren una continua pérdida de credibilidad ante la clase trabajadora y a los minoritarios porque a pesar del desprestigio de CCOO y UGT no han sido capaces de crecer y erigirse como referentes en los centros de trabajo. Es por ello que se equivocan los sindicatos minoritarios cuando ven la propuesta de los sindicalistas de Podemos como una amenaza a sus expectativas de crecimiento. Esa oportunidad ya la han desaprovechado, posiblemente por haber vivido cómodamente instalados en la crítica permanente hacia los sindicatos mayoritarios y por presentarse ante los trabajadores como un sindicalismo a la defensiva en aras de una supuesta pureza ideológica. Obviamente, éste es un análisis parcial y en cierto modo insuficiente. Porque los ejemplos del SAT en Andalucía o de la CGT en el sector de la sanidad pública en Cataluña muestran un sindicalismo a la ofensiva que ha sabido confluir el sindicalismo de clase con las nuevas formas de lucha.

En cualquier caso, y a la luz de la propuesta del círculo de sindicalista de Podemos, es conveniente hacerse unas preguntas. En especial, dos: ¿Es posible un Podemos sindical? ¿Es necesario un nuevo modelo sindical? Personalmente me interesa más la segunda pregunta pero no por ello obviaré la respuesta de la primera. De lo que se trata es de abrir un debate muy necesario que nos sitúe en el compromiso histórico de superar la crisis actual del sindicalismo para construir el sindicalismo del futuro, y para que la organización sindical siga siendo una herramienta eficaz en la defensa de los derechos e intereses de los trabajadores. Un debate que por supuesto no nace en Podemos y que va más allá pero que por azares de la actualidad política ha saltado a la palestra a raíz de la propuesta de uno de sus círculos. Admito desconocer los entresijos del debate entre los sindicalistas de Podemos. Ahora bien, como éste es un debate abierto que transciende de las organizaciones, creo que el cambio de aires que necesita el sindicalismo debería vincularse a una serie de premisas. Elementos que sintetizaré a continuación.

El dialogo social ha muerto.

El diálogo social, fruto de un contexto histórico y del consenso constitucional de 1978, ha pasado a mejor vida. Ya casi nadie lo pone en duda; y digo casi nadie porque CCOO y UGT parecen ser los únicos que siguen aferrándose a un pacto social que ha volado por los aires. La época de la concertación entre gobierno, patronal y sindicatos ya es historia porque los dos primeros ya no necesitan de los terceros, salvo para hacerse la foto días antes de movilizaciones como las marchas del 22 de marzo o las manifestaciones del 1º de mayo. Las reformas laborales del PSOE de 2010 y del PP de 2012 han postergado a la negociación colectiva en una vía muerta y han despojado a las organizaciones sindicales de su papel como interlocutores. Creer lo contrario sólo se explica desde el deseo de mantener intactas las estructuras sindicales frente al cambio de ciclo político que se avecina. Pero una vez más, CCOO y UGT se equivocan. El poder político y económico ya no los necesita y está dispuesto a aniquilar cualquier atisbo de organización sindical, ya sea de la tendencia que sea, ya sea más revolucionaria o más moderada.

En este sentido, las campañas antisindicales de los medios afines al régimen no sólo buscan socavar el apoyo social a los sindicatos mayoritarios. Buscan cargarse a las organizaciones sindicales como tal. A las mayoritarias y a las minoritarias. Es cierto que en ocasiones CCOO y UGT sirven en bandeja los ataques de la derecha y que son responsables de su propio desprestigio, pero ello no debería confundirnos a la hora de reconocer las verdaderas intenciones de un discurso que se aprovecha del descontento social hacia los sindicatos con el objetivo de cercenar el sindicalismo de clase e individualizar las relaciones laborales. En el ámbito institucional, la prueba más palpable de la deriva antisindical del régimen es la represión contra sindicalistas por ejercer el derecho a la huelga. La reciente encarcelación del activista Carlos Cano y la petición del gobierno y la fiscalía de condenas que suman 125 años para más de 300 sindicalistas ponen de manifiesto hasta qué punto se ha iniciado una caza de brujas contra el sindicalismo, un fenómeno por otra parte nada nuevo, si tenemos las continuas detenciones y encarcelamientos durante años de militantes del que, a día de hoy, sigue siendo el sindicato más represaliado de la Unión Europa: el SAT.

Hacia un sindicalismo de ruptura.

A nadie se le escapa que CCOO y UGT son parte del engranaje del régimen surgido tras la transición. Y lo siguen siendo aunque el régimen prescinda de ellos. Precisamente por ello, no queda otra salida que construir un nuevo modelo de sindicalismo conforme a los tiempos que corren. Los sindicatos han de romper los anclajes con el poder y con un régimen que tras casi cuarenta años de apariencia democrática se ha desprendido de su careta más amable. Si no lo hacen, quedarán superados por la Historia. Y lo harán otros. Porque los procesos y las confluencias sociales que se han puesto en marcha en diferentes municipios y barrios han de trasladarse al ámbito sindical, o por lo menos los sindicatos no pueden ser ajenos a la nueva realidad y al cambio que demanda una sociedad civil cada vez más concienciada con la necesidad de una ruptura democrática. No en vano, los sindicatos son en su esencia y origen organizaciones sociopolíticas. Así lo fue la CNT como sindicato revolucionario en los años 30 pero también la UGT del Pacto de San Sebastián (1930) que aspiraba a una huelga general de carácter insurreccional con la finalidad de meter a la Monarquía en “los archivos de la Historia”. Y lo fue CCOO durante la dictadura franquista: una palanca del cambio político y social.

Está claro que UGT ya no es la de 1930 y que CCOO poco tiene que ver con el sindicato que lideró la lucha antifranquista. Pero no podemos obviar a dos organizaciones que a pesar del descrédito y la pérdida de afiliación siguen superando entre ambas los dos millones de afiliados. Ése es el mayor patrimonio de CCOO y UGT, su afiliación, a la cual debemos sumar si queremos construir un modelo alternativo de sindicalismo que participe de los procesos sociales de ruptura. En paralelo, las afiliaciones de CCOO y UGT han de tomar conciencia de su potencial y convertirse en sujetos activos de presión hacia sus direcciones, como ya ha sucedido en algunos sectores organizados en mareas por la defensa de la sanidad y la educación públicas, donde las bases han pasado por encima de las jerarquías sindicales. Sería inconcebible un proceso de ruptura sin el sindicalismo de clase, de lo contrario éste andaría cojo al faltar una de las principales patas del movimiento obrero. Quizás no podamos albergar grandes esperanzas respecto a la actitud que tomen las direcciones sindicales, pero sí podemos esperar el empuje y la voluntad de cambio de sus millones de afiliados, ya sean dentro o fuera de sus sindicatos.

Por la democracia sindical.

Existe un antes y un después desde el surgimiento del movimiento 15M hace poco más de tres años. Ésa es una realidad irrefutable de la que ni los mismos partidos políticos han podido escapar. La huella del 15M en las nuevas dinámicas de hacer política es enorme y podríamos afirmar que ha cambiado nuestra manera de ver y sentir la propia política. Nos ha hecho más tolerantes y abiertos. Más respetuosos con los nuevos modelos de participación democrática y más proclives al consenso. Ha cambiado nuestra filosofía organizativa y nos ha igualado a todos desde abajo. Una de sus mayores contribuciones ha sido la de recuperar la democracia en la toma de decisiones, donde ninguna opinión es mejor o más respetable que otra. Diría incluso que el 15M nos ha ayudado a ser mejores personas.

Sin embargo, el 15M no ha llegado a los sindicatos. Las organizaciones sindicales siguen siendo estructuras organizativas cerradas y férreas, y no sólo me refiero a CCOO y UGT. A pesar del talante asambleario de algunos sindicatos alternativos, sus estructuras sindicales y sus órganos de dirección no difieren demasiado de cómo se organizan los sindicatos mayoritarios. Es habitual ver direcciones que se perpetuán durante dos o tres décadas al frente de secciones sindicales, federaciones y territorios. Cambiando de un cargo a otro. Alejados del contacto con la vida laboral y la clase trabajadora. Y eso pasa en los sindicatos mayoritarios y aunque sea en menor medida, también en los minoritarios. No quiere decir que no pase en los partidos políticos, pero la sensación generalizada es que la política ha sido más permeable a la influencia del 15M que el sindicalismo, no exenta de cierto marketing, pero más permeable al fin y al cabo. En cambio, los sindicatos parecen no haberse adaptado al lenguaje de los nuevos movimientos sociales, no con el objetivo de apropiarse del mismo sino con la pretensión de democratizar sus anquilosadas estructuras. Ésa debería ser una de las grandes prioridades a la hora de construir un nuevo modelo de sindicalismo. Porque nos guste más o menos la expresión, de igual manera que hay una casta política, la hay sindical.

El sindicalismo de los excluidos.

En 2006 Daniel Lacalle publicó un ensayo imprescindible para comprender la evolución de la clase trabajadora en los últimos treinta años: La clase obrera en España. Continuidades, transformaciones, cambios. Hace ocho años el autor ya nos alertaba de la dualidad y la elevada precariedad laboral; y de cómo éstas se habían constituido en las piedras angulares del mercado de trabajo español. Ello ha provocado que la clase obrera se haya fragmentado en pedazos y que ya no exista una clase homogénea con los mismos derechos y las mismas condiciones salariales y de trabajo. El mismo Daniel Lacalle, quien hace años fue miembro de la ejecutiva confederal de CCOO, ya avisaba a los sindicatos de no haberse adaptado a esa nueva realidad laboral y de su profundo desconocimiento hacia el cada vez mayor número de trabajadores precarios, compuesto en su mayoría por jóvenes, mujeres e inmigrantes. Esa brecha se ha agudizado en los últimos años, y la base social de los sindicatos sigue siendo, casi en exclusividad, el obrero clásico de origen fordista, por un lado, y el personal técnico y administrativo, por otro. Fuera quedan millones de precarios sin representación sindical ni derechos formales. Ellos son los excluidos del sindicalismo.

No podremos cimentar un nuevo modelo sindical si dejamos de lado a la gran masa de trabajadores en precario. Ése ha sido uno de los grandes errores de los sindicatos mayoritarios estos últimos años, bien por incapacidad o bien por conservadurismo. Pero lo cierto es que no se ha realizado un análisis correcto de esa evolución y lo que es peor, no se ha aprovechado para recomponer la conciencia y la solidaridad de clase entre el conjunto de los trabajadores asalariados. Y ésa es una realidad que hemos observado en las últimas huelgas generales, cuando millones de precarios no han podido ejercer su derecho a la huelga por la amenaza empresarial del despido o por no poder prescindir de un día de salario. La ceguera de las direcciones sindicales a las nuevas formas de explotación y de marginación laboral y social explica el posterior desprestigio de los sindicatos mayoritarios, los cuales han demostrado estar únicamente preocupados por el mantenimiento de los derechos y de las redes de clientelismo entre una capa determinada de trabajadores y afiliados, que por integrar en igualdad de derechos a la capa de millones de precarios. Pero una vez más, la realidad los superará y si no son los sindicatos mayoritarios, serán otros quienes integren en un nuevo sindicalismo a los excluidos.

Entre el sindicato y el partido.

Durante años defendí desde mi militancia política, congreso tras congreso, que el partido debía tener un único referente sindical. Estaba equivocado. Porque es un error, por no decir una barbaridad, obligar al conjunto de militantes de una organización política a que se afilien al mismo sindicato. La realidad sindical es mucho más compleja y es de ilusos pensar que cabe en una solo sigla. Y porque ésa es la manera de frustrar y lastrar un buen trabajo sindical que sin duda muchísimos compañeros y compañeras habrían desarrollado en mejores condiciones en otras organizaciones sindicales. Hoy en día defender tal posición sólo se entiende desde un punto de vista sentimental o en su caso más extremo, desde un profundo desconocimiento de la realidad sindical y laboral.

Creo que cada vez somos más quienes nos estamos desprendiendo de ese papanatismo de las siglas, tan poco práctico para la nueva realidad social, y que los partidos políticos, en especial desde la izquierda comunista, deberían hacer un ejercicio de reflexión colectiva con el fin de revisar la incidencia de sus militantes en el ámbito sindical. No podemos volver a cometer los mismos errores. Y sería un error por parte del círculo de sindicalistas de Podemos ligar la construcción de un nuevo modelo sindical a su formación política. Y viceversa. Por lo tanto, es tiempo de que la pluralidad y la diversidad sindicales nos ayuden a construir un mejor sindicalismo y que cada uno de nosotros trabaje sindicalmente, no donde le dicten sino donde mejor pueda contribuir a la defensa de los derechos de los trabajadores. Porque, no lo olvidemos, ésa es la finalidad. Y no engordar el número de cotizantes de un sindicato.

En conclusión

Considero que actualmente hay condiciones objetivas para empezar a construir un nuevo modelo sindical desde la base. Que ello se traduzca en un nuevo sindicato no debería obsesionarnos. Como tampoco debería obsesionarnos si finalmente no sucede. Las propuestas del círculo de sindicalistas de Podemos recogen el testigo de millones de trabajadores decepcionados con las prestaciones de los sindicatos de clase, especialmente de CCOO y UGT, pero vuelvo a repetir, no sólo de ellos. Por ello me atrevería a afirmar que las circunstancias son muy favorables para trabajar en esa dirección. Porque la voluntad de cambio no sólo se está derivando hacia los partidos políticos sino también, de manera cada vez más acuciante, hacia los sindicatos.

En las primeras líneas del artículo escribía que era más importante centrarse en una profunda renovación del modelo sindical que no tanto en la creación de un nuevo sindicato. Pero la última palabra la tiene la clase trabajadora. Y si esos millones de trabajadores, descontentos de sus actuales organizaciones, apuestan por un nuevo sindicato, ése será un proceso que tarde o temprano acabará dándose. Y con grandes posibilidades de éxito, por cierto. Lo digo una vez más, entre CCOO y UGT suman más de dos millones de afiliados. A ellos hay que sumarles los millones de precarios a los que el sindicalismo tradicional no ha sabido dar respuestas. De esos más de dos millones de afiliados a CCOO y UGT hay amplios sectores de afiliación críticos con sus direcciones pero que por razones ideológicas o de pragmatismo han preferido no engrosar las filas del anarcosindicalismo, del sindicalismo nacionalista o del sindicalismo corporativo. No han militado en otros sindicatos pero sí serían partidarios de la confluencia y del acuerdo sobre la base de la reivindicación y la movilización. Existe un gran hueco que llenar, producido por el descontento y por los millones de precarios a los que ni siquiera se les ha ofrecido la opción de organizarse en los sindicatos. En ellos está el futuro del sindicalismo.

Pedro Luna Antúnez.

lunes, 2 de junio de 2014

Balón de oxígeno

El proceso constituyente del régimen sigue su curso. No en vano, desde el inicio de esa trampa llamada crisis, los poderes fácticos del sistema no han hecho sino abonar el terreno para un cambio de modelo político y económico. Para una vuelta atrás que despojándose de los ropajes democráticos otorgue el poder absoluto a esa oligarquía sempiterna que lleva gobernando de manera inalterable desde hace siglos. En los dos últimos siglos de nuestra historia apenas hubo un paréntesis por la construcción de una democracia basada en los valores de la justicia social y la igualdad: la Segunda República.

La abdicación del rey que fue elegido a dedo por un dictador no es más que el lavado de cara de un régimen en crisis. El bipartidismo, la cultura de la transición y la propia monarquía viven sus horas más bajas; y la solución no es otra que reciclarse de nuevo, ya sea mediante una reformilla de la constitución o con una simple sucesión en el trono. La segunda restauración borbónica está en marcha, con el beneplácito de una socialdemocracia tocada del ala y la teatralización de los medios de masas. La abdicación es el balón de oxígeno que necesitaba el régimen.

En este contexto, el papel de la izquierda política está por ver. Pero se trata de no jugar con las cartas marcadas por el sistema ni con su tablero de juego. Decía Robespierre que “cuando la tiranía se derrumba procuremos no darle tiempo para que se levante”. Y si no se pilla la indirecta lo diré sin rodeos: es un error proponer la convocatoria de un referéndum para elegir entre monarquía y república. Lo es por una razón fundamental: porque estaríamos concediendo a la monarquía una legitimidad que como institución antidemocrática que es carece de ella. Una institución que se sustenta precisamente por la no elección de sus representantes y por la vulneración del principio democrático más elemental. No equiparemos a monarquía con república. Enviemos a la monarquía al basurero de la historia y construyamos la república.

Pedro Luna Antúnez.