En memoria de Juan Antonio Cebrián.
Me gusta la radio, ha sido y es una fiel compañera en noches de insomnio o simplemente por puro disfrute. La radio es como un libro abierto del que fluye la imaginación, flotando a través de las ondas hertzianas y colándose furtivamente en nuestra casa o en nuestra pequeña y modesta habitación. Obviamente, la radio está controlada por los grandes grupos de comunicación, empresas multinacionales que no ven más allá de los benéficos económicos y los índices de audiencia. La radio es dinero y es un negocio más como lo son la televisión y el cine, la música e incluso la literatura. Sin embargo, ello no impide que se creen bellas obras de arte en literatura o en música, también en el cine pero no tanto en televisión. En la radio algo más.
Hay buenos programas de radio y no sólo en Radio 3, prócer de lo cultureta y lo moderno. Un programa que me he habituado a escuchar en estos últimos años es
“La rosa de los vientos” de Onda Cero, presentado por
Juan Antonio Cebrián, ese devoto de la Historia y las letras, un trovador moderno que soñaba con batallas remotas y civilizaciones perdidas. “La rosa de los vientos” me parece un buen programa, un halo de fantasía en el mejorable panorama de la radio española, un programa que apuesta por el conocimiento, por la curiosidad humana y en definitiva, por la cultura en sus múltiples disciplinas. Un programa divulgador de la Historia, la de sus héroes imperecederos, y del pasado, ese dolorido sentir que nos acompaña de manera insondable.
El pasado sábado falleció Juan Antonio Cebrián a causa de un infarto. “La rosa de los vientos” se ha quedado huérfana y ya es mala suerte, vaya si lo es. Ahora, ¿quién poblará de caballeros medievales y gestas asombrosas las noches de insomnio? La radio ha perdido a uno de sus referentes, uno de los pocos que merecía la pena.
Pedro Luna Antúnez.
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