Artículo publicado en Debate Callejero
El día de Navidad de 1836 se publicó Horas de invierno, artículo en el que Mariano José de Larra dejó escrita su celebre sentencia sobre el azaroso ejercicio literario: “Escribir en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla, como una pesadilla abrumadora y violenta. Porque no escribe uno ni siquiera para los suyos. ¿Quiénes son los suyos?¿Quién oye aquí?” Con el tiempo bien es sabido que la cita de Larra se convirtió en aquello de “Escribir en España es llorar”, quizás por esa manía de identificar a Madrid con España y viceversa, pero algo, que en cualquier caso nunca dijo ni escribió Larra. Como de costumbre, de las citas que pasaron a la historia extraemos su cuerpo y el contexto del que surgieron para quedarnos con su esqueleto, con lo efímero. ¿Pero qué quiso expresar Larra en ese arranque de dolor? Quizás su soledad, la de un escritor que sentía el vació a su alrededor, que se desgarraba ante el cainismo de las tertulias y la petulancia de la academia. Escribir es llorar cuando al otro lado no hay nadie que escuche ni lea, cuando has dejado de escribir para los tuyos porque ni siquiera reconoces quiénes son los tuyos.
El día de Navidad de 1836 se publicó Horas de invierno, artículo en el que Mariano José de Larra dejó escrita su celebre sentencia sobre el azaroso ejercicio literario: “Escribir en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla, como una pesadilla abrumadora y violenta. Porque no escribe uno ni siquiera para los suyos. ¿Quiénes son los suyos?¿Quién oye aquí?” Con el tiempo bien es sabido que la cita de Larra se convirtió en aquello de “Escribir en España es llorar”, quizás por esa manía de identificar a Madrid con España y viceversa, pero algo, que en cualquier caso nunca dijo ni escribió Larra. Como de costumbre, de las citas que pasaron a la historia extraemos su cuerpo y el contexto del que surgieron para quedarnos con su esqueleto, con lo efímero. ¿Pero qué quiso expresar Larra en ese arranque de dolor? Quizás su soledad, la de un escritor que sentía el vació a su alrededor, que se desgarraba ante el cainismo de las tertulias y la petulancia de la academia. Escribir es llorar cuando al otro lado no hay nadie que escuche ni lea, cuando has dejado de escribir para los tuyos porque ni siquiera reconoces quiénes son los tuyos.
Hoy esa balanza se ha invertido, hay autores a patadas y todos ellos
cuentan con sus camarillas de lectores. La literatura y especialmente
una parte del articulismo se han convertido en ocasiones en una
suerte de exhibicionismo personal amparado en el debate de las ideas.
Han aparecido diversos medios, especialmente digitales, en el entorno
del periodismo de izquierdas que han trazado una percepción de
hegemonización gracias a su difusión en las redes y a la presencia
de sus articulistas en algunos debates televisivos. Desde una
perspectiva gramsciana podríamos pensar incluso que la izquierda ha
ganado terreno en la batalla cultural y que merced a la
horizontalidad de internet ha llegado a un sector mayoritario de la
población. Se trata de una verdad a medias o al menos repleta de
matices. Siendo cierto que internet ha democratizado los debates, la
cuestión no radica tanto en ser protagonistas de los mismos sino en
preguntarse cuáles son los intereses que se sirven de esos mismos
debates. Es decir, igual la izquierda mediática no deja de
reproducir y difundir los debates que genera la derecha en la
trastienda de su estrategia comunicativa. Que esos debates respondan,
por ejemplo, a polémicas o propuestas calculadamente incendiarias de
la derecha refuerzan la idea de que vamos a rebufo del paso y de los
intereses que nos marcan.
Las redes sociales y el twitter. En los últimos años hemos asistido
a la eclosión del tuitstar progresista, del muy reivindicativo y de
izquierdas tuitero mediático que a veces responde a la figura de un
periodista, de un representante político o simplemente de un
comunicador más o menos avezado. La endogamia, la vanidad y el vivir
casi en la realidad paralela que suponen los microcosmos de las redes
han propiciado un empobrecimiento de la reflexión y del análisis,
algo preocupante cuando además son nuestros más afamados
articulistas y políticos quienes protagonizan esa bajada al mundo de
los pantallazos y los zascas. Cabria preguntarse, por ello, quienes
son los nuestros o si de lo contrario nos sentimos tan huérfanos
como Larra a finales de 1836. Por lo que respecta a quien firma estas
líneas albergo un sentimiento muy similar al del autor de los
Artículos de costumbres. Eso sí, tal y como está el patio,
ahora suelo asomar la cabeza para expresar que efectivamente leer es
llorar.
Pedro Luna Antúnez.
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