martes, 1 de abril de 2014

La última democracia

Hoy hace 75 años finalizó oficialmente la guerra civil. Oficialmente según la propaganda de los vencedores. En realidad la República había expirado cuatro días antes cuando las tropas franquistas entraron en Madrid. Con la toma de la capital que sonreía con plomo en las entrañas habían caído las últimas esperanzas de la República. Cuenta Manuel Tagüeña en sus memorias cómo el coronel Casado dio la orden de rendición del ejército republicano de la zona centro el 28 de marzo, y que tras volar a Valencia, prometió que nadie sería perseguido “si no había cometido crímenes”. Era la segunda traición de Casado, quien con la aquiescencia de Julian Besteiro ya había dado un golpe de Estado el 6 de marzo contra el gobierno de Juan Negrín con un firme propósito: entregar la República al enemigo.

El 75 aniversario del fin de la Segunda República ha coincidido con los fastos del funeral de Estado dedicado a Adolfo Suárez. A la muerte del Duque de Suárez, no pocos han sido los que han destacado la importancia histórica del personaje, elevándolo a la categoría de prócer de la libertad y primer presidente de la democracia. Curiosas alabanzas para alguien que fue procurador de las cortes franquistas y ministro secretario general del movimiento. Pero es ahí donde quizás radique la naturaleza política de la transición; en el hecho de que la transición, que no la democracia, fue obra de las élites franquistas con el fin de adaptarse a un nuevo tiempo político. No en vano, fue el propio régimen franquista el que sentó las bases de la transición a partir de la Ley para la Reforma Política un año después de la muerte del dictador. Obviamente, no hubo un proceso de ruptura con la dictadura sino que se trató de una hábil y sibilina reforma de las estructuras del franquismo bajo el disfraz de la democracia. Y como a finales de marzo de 1939, la izquierda, bajo el síndrome de Casado, se aprestó a negociar con el enemigo. Como hace 75 años volvió a entregar la República.

Han pasado 75 años desde la caída de la República, y una vez desmoronado el mito de la transición, asistimos a una profunda regresión democrática al socaire de una vasta ofensiva por desmantelar los derechos fundamentales de la mayoría de la población. Y el enemigo vuelve a ser el mismo. Los mismos que tomaron Madrid hace 75 años y los herederos que propiciaron la segunda restauración borbónica hace 35. Hoy como hace 35 años vuelven a hacerlo, y lo hacen de nuevo en nombre de la democracia. En nombre de la democracia dejan sin hogar a familias, apalean a manifestantes y abocan a la pobreza a más de dos millones y medio de menores de edad. Y claro, en nombre de la democracia nos venderán la enésima reforma del régimen. Es decir, en nombre de la democracia nos venderán menos democracia.

Cabe esperar que la izquierda no recupere el “nadie sería perseguido si no ha cometido crímenes” del coronel Casado, ni acabe asumiendo que es posible reformar el régimen. De lo contrario volveremos a cometer las traiciones y los errores de antaño. Podremos ondear la tricolor el próximo 14 de abril pero no tendremos ni República ni democracia. Ambas las perdimos hace 75 años. Perdimos la que a día de hoy sigue siendo la última democracia.

Pedro Luna Antúnez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario