lunes, 4 de marzo de 2013

Contra los políticos

Artículo publicado en Sin Permiso.

El objetivo de retornar la dignidad a la política no ha de ser otro que el de hacer política en coherencia con la nueva realidad. Nuevas formas de hacer política para nuevas propuestas políticas. Nos encontramos en la etapa del fin del consenso social, donde el régimen constitucional ya no es capaz de legitimar el modo capitalista de acumulación que en este ciclo se caracteriza por desposeer a las clases populares de sus derechos fundamentales. La crisis de representación, el escenario de corrupción institucionalizada del complejo político-empresarial y el bloqueo institucional a la participación ciudadana en cualquier estadio de la esfera pública, sugieren una profunda crisis política. Vivimos la crisis del sistema de partidos de la segunda restauración borbónica. Especialmente, de los partidos del Régimen. Ello se debe al colapso del turno bipartidista. Pero la crisis no sólo afecta a los partidos del bloque bipartidista sino que se amplía a lo que hasta ahora hemos llamado la izquierda transformadora.

La izquierda transformadora está abocada a situarse en el nuevo espacio político surgido a raíz del agotamiento político del régimen constitucional de 1978. La apertura de un nuevo proceso constituyente se nos antoja como una prioridad ineludible. Para ello, hablamos de nuevas formas de hacer política para superar el paradigma del bipartidismo. Porque seamos o no un partido del régimen, una cosa está clara: hasta ahora hemos asumido las dinámicas e inercias propias del mismo. La izquierda transformadora no puede vivir obsesionada por los sondeos electorales cuando el viejo mundo se derrumba ante nuestras narices. Seamos capaces de romper de una vez por todas con el Régimen y dejemos de participar en su juego. Un juego con las cartas marcadas. Salgamos del caparazón interno de nuestras organizaciones y oteemos el horizonte. Concluyamos las luchas de poder estériles. Hoy en día las batallas en lo interno se reducen a una: quién es Régimen y quién no. O dicho de otra manera: quién está por la reforma del modelo constitucional de 1978 y quién está por la ruptura. De lo contrario no habremos entendido nada.

Haber sido partícipes durante décadas del juego político del Régimen ha propiciado que hayamos sido desbordados por los nuevos movimientos sociales. En parte se ha dado por nuestra propia inacción pero fundamentalmente ha sido fruto de la incapacidad de efectuar una lectura estratégica más allá de las dinámicas institucionales y de las lógicas cotidianas cortoplacistas. Hemos pecado de un exceso de tacticismo que nos ha impedido ver el progresivo y estructural sesgo neoliberal que ha ido adquiriendo el Régimen constitucional de 1978. El ejemplo que lo expresa es sin duda, el surgimiento del 15M, estallido de indignación ciudadana que ha situado en el debate político la cuestión de la democracia.

Es imperativo asumir que hemos sido desbordados para empezar a extraer conclusiones de cómo situarnos políticamente en este escenario de fin de ciclo. A día de hoy, es ingenuo pensar que la vía institucional va a poder garantizar cualquiera de los derechos fundamentales que nos han sido usurpados, al menos desde una perspectiva global e integral. Por eso hablamos de crisis política y de legitimidad. De colapso democrático. No queda otra que pensar la funcionalidad de la política en perspectiva de construir la democracia del 99%. Nuevas formas de hacer política para un instrumento que sea útil en esta realidad concreta.

Eso requiere levantar la cabeza de la lucha concreta, y obviamente de la demoscopia, para tratar de ver en perspectiva. Eso supone estar atentos a los nuevos actores sociopolíticos que están reflexionando políticamente, en tanto que se están empoderando. Movimientos que están siendo capaces de dimensionar a la lucha sociopolítica la garantía de los derechos fundamentales mediante la desobediencia civil, el empoderamiento y la solidaridad. Eso supone cuestionar los modelos organizativos clásicos, precisamente porque la revolución TIC (tecnología de la información y la comunicación) y el 2.0 nos dotan de herramientas más eficientes y participativas. No repitamos las actitudes cardenalicias del siglo XV ante el invento de la imprenta. ¿Por qué nos entestamos en reproducir las mismas líneas organizativas que hace 20 años?. ¿Por qué caemos siempre en el ensimismamiento de la necesidad imperiosa de fortalecer y consolidar la organización cuando quizás lo que falta es análisis en perspectiva y estrategia de intervención en el conflicto social?.

La realidad nos exige entender el porqué en muchos aspectos hemos sido desbordados. Basta echar un vistazo a los últimos quince años para ver como los nuevos sujetos no organizados políticamente han logrado visualizar la crítica al sistema económico y realizar propuestas alternativas concretas de forma mucho más eficaz que nosotros desde nuestras organizaciones políticas. Pongamos el ejemplo de la ILP de la PAH, que si bien es cierto que la mayoría de sus propuestas van en la línea de lo que hemos defendido los últimos años en materia de vivienda, lo cierto es que nuestro discurso, traducido en enmiendas tumbadas en una tarde, era estéril y apenas llegaba a nadie. Si pretendemos confluir, converger e integrar luchas con estos actores en base a objetivos concretos y dinámicas movilizadoras, debemos rebajar identitarismos y estériles patriotismos de partido, comenzar a actuar con humildad y hacer autocrítica para así construir confianzas. En definitiva, ponernos al servicio de los movimientos en lucha, que no están para recibir lecciones, sino más bien todo lo contrario. De hecho, las lecciones las estamos recibiendo nosotros. De eso trataba la iniciativa #ElCarrerAlCongrés impulsada por la Fundació Nous Horitzons y la Fundació l' Alternativa que tuvo lugar en la Universidad de Barcelona el lunes 18 de febrero, cuya valoración fue muy positiva a nuestro entender. Estos actores no nos votan, no militan en nuestras organizaciones, y es más, nos critican. Pero aceptemos ya de una vez que nunca construiremos ninguna alternativa nosotros solos, sin los que no nos votan, sin los que no militan en nuestras organizaciones ni sin los que nos critican.

Uno de los obstáculos en el avance hacia estas nuevas formas de hacer política es el de la hiperidentificación con eso que llamamos clase política; los políticos. Generalmente, nos sentimos políticos, diferentes, pero políticos, perdiendo a su vez tanto tiempo en destacar las diferencias que pueda haber entre ellos y nosotros como en cerrar filas en torno al concepto casi etéreo de política. La realidad es que una mayoría social está hasta la coronilla de los políticos. “No somos mercancías en manos de políticos y banqueros” gritaba la plaza. No queremos simpatizar ni expresar solidaridad alguna por los políticos. Ocupan el poder para el lucro personal, saltan de la política al consejo de administración de la empresa que han privatizado, dan subvenciones y contratos a dedo, clientelean, malversan, extorsionan, chantajean, trafican con la influencia, y otras, que les da el cargo público. La corruptibilidad es uno de los mecanismos esenciales para el aumento continuado de la tasa de ganancia de las clases dominantes. Especialmente en España y Catalunya, la corrupción se erige como “modelo productivo”.

No estamos en la política pero sí queremos rehacer la política. Tenemos que abandonar ya la prédica y el mantra que repite que no todos los políticos son iguales, de que queremos regenerar la política. Eso nos suena a cambiar marcas, actores, formas, pero en ningún caso, los fondos. Tenemos que comprender que cuando un actor no estrictamente político critica la política, en definitiva, y nos cuesta demasiado verlo, lo que critica es el actual Régimen político. Es preceptivo dejar de corregir al ciudadano que dice que todos los políticos son iguales, y sumar a ese ciudadano a las luchas contra el Régimen político que él y nosotros detestamos. Dejemos de dar lecciones, porque, volvamos a reconocerlo, lo que percibimos como antipolítica es política en mayúsculas. Queremos dejar de identificarnos con la clase política para poder construir una alternativa política. En definitiva, no queremos ser políticos, queremos ser militantes y activistas para hacer política. Si queremos dignificar el concepto de política como gestión de la cosa pública en un momento de pérdida de legitimidad de ésta, no valen discursos en abstracto, necesitamos principios rectores claros y concretos:

1- Abrir debates, expresar nuestras propias contradicciones, no únicamente en el ámbito de los respectivos órganos o en el interno de nuestras organizaciones sino hacerlos públicos, haciendo de ello un proceso dialéctico de consecución de síntesis colectivas entre lo de dentro y lo de fuera. Evitar reglamentarismos y tratar de plantear los debates desde el prisma puramente político. Precisamente, abrir debates es una de las potencialidades del 2.0 como herramienta política.

2- Rebajar identitarismo, especialmente asociado a siglas o a paradigmas de lo viejo, de la etapa ya agotada de la concertación y el consenso social. Evitar endogamias que persiguen posiciones condescendientes. Asumir la crítica entre actores, fundamentada previamente en un reconocimiento mutuo, y hacer autocrítica, todo ello, para construir confianzas que se traduzcan en convergencias y confluencias. De poco nos sirven aquellas propuestas propias de largo recorrido, si no hemos sido capaces de articular frentes de lucha y movilización en torno a ellas.

3- Adaptar nuestro lenguaje a la realidad actual y a la necesidad de articular mayorías sociales más allá de la izquierda sociológica. Cómo articulamos una mayoría más allá de la unidad de las izquierdas, un frente democrático del 99% que impulse el o los procesos constituyentes, supone el debate estratégico de fondo, el esencial.

4- Tener claro que política es poder (o la reflexión en torno a), y que hoy en día, el que lo gestiona es el político oligárquico, el que no sólo no nos representa sino que forma parte de la oligarquía. Esta es la regla. Nosotros no somos políticos, somos activistas, militantes que hacemos política. Esto conlleva posiciones contrarias no sólo al político oligárquico sino también al perfil de político profesional que establece su proyecto vital vinculado a la política, ya sea institucional o a los aparatos de los partidos. La lealtad entre políticos en base a esta condición, o la necesidad de salir en la foto de la honorabilidad, son actitudes que no favorecen a esta exigencia de hacer las cosas diferentes.

5- El valor de la política que nosotros reivindicamos, no pasa por gestionar las miserias del Régimen. Hacemos política para cambiar las cosas, para transformar la realidad, no para legitimar ciertos escenarios de aparente pluralidad que en realidad no lo son. La historia nos demuestra que podemos ganar.

Quim Cornelles, Óscar Guardingo, Luis Juberías, Núria Llabina, Marc Llaó, Pedro Luna y Adriana Sabaté.

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