La foto del anuario escolar de Thomas Pynchon.
En este mundo de la farándula en el que vivimos hoy quiero recordar a los solitarios. Pienso en JD Salinger y en Thomas Pynchon, pero también en el Pío Baroja recluido en su casa de Vera de Bidasoa. Pienso en los cascarrabias y en los anacoretas, en aquellos que eligieron una vida lejos de la fanfarria y del bullicio. Los medios de comunicación e incluso la crítica literaria nos han vendido el estereotipo del bicho raro cuando se trataba de escrutar una novela como El guardián entre el centeno. La novela de los psicópatas, decían, la que llevaba Mark David Chapman cuando le descerrajó cuatro tiros a John Lennon. Casi condenan a JD Salinger. Normal que no quisiera fotografiarse en público. Hace unos años cogí prestado de la biblioteca del barrio una biografía de JD Salinger escrita por su hija Margaret. Afirmaba que su padre era un egoísta y un iluminado. ¿Y aún siendo cierto por qué sacar los trapos sucios de la familia en un libro cuando su padre jamás quiso saber nada del mundo? Por dinero, claro. Un buen puñado de dólares hace que una hija venda a su padre. Ese es el mundo en el que vivimos. Maldita sea. Ignoro si a Thomas Pynchon la familia le ha tratado mejor. La opinión pública desde luego no. ¿Por qué en la Wikipedia afirman que el autor de El arco iris de gravedad padece una “extrema fobia social”? Ese es un diagnostico grave, la fobia social es un trastorno psicológico importante. Son sandeces que uno suele leer a menudo en Internet. Como jamás se dejó entrevistar en el show de David Letterman pues resulta que está enfermo. La crítica siempre ha ido a degüello contra él. “Parece una tostadora” escribió el crítico literario de la revista Time sobre Contraluz, una de las últimas novelas de Thomas Pynchon. ¡Zas, en la boca te daba yo a ti! De Pío Baroja siempre se ha dicho que era un tipo más bien huraño y reservado. Es posible que fuera misógino. Por ejemplo, a Don Pío jamás se le conoció novia alguna ni un triste romance sentimental. Hay que ser raro de la hostia, claro. Él prefería contar historias sobre las guerras carlistas o el hampa madrileño de principios del siglo XX. Pero gracias a tal rareza podemos disfrutar del centenar de novelas que nos dejó el viejo de la boina. A mí me caen muy bien los solitarios. Aquellos que de manera muy austera vivieron y viven sin estridencias ni grandes lujos. Una casa y una mujer. Poco más se necesita. Éramos bolcheviques pero sentíamos envidia sana, y en ocasiones no tan sana, de aquel doctor Zhivago que escribía los poemas a Lara en Varykino. Sentíamos devoción por Julie Christie. “En Rusia la vida privada no existe, la historia la ha matado” le soltó el feroz Strelnikov al poeta. Esa fue la denuncia de Boris Pasternak. De todas formas, siempre me ha costado entender la psicología del pueblo ruso. Lo que sí entiendo es que ésta sociedad es un despropósito y que con cierta frecuencia es necesario y saludable echarse al monte y apartarse un poco de la corriente. No vaya a ser que nos dejemos ir por ella y nos aboque a la estupidez.
Pedro Luna Antúnez.
Qué buen texto escrito un solitario domingo 10 de julio.
ResponderEliminarSaludos, Pedro.